Marcado en la piel
Las cortadas, las quemaduras, los golpes, los mordiscos y los rasguños son algunos de los métodos que algunos utilizan para automutilarse, una práctica con la que buscan sanar el dolor psicológico a través de la agresión física.
Milena Tobón tiene 18 años, es estudiante de pregrado en la ciudad de La Plata, Argentina, y asegura que se autolesiona desde los 14. Se enteró de la automutilación en un foro por internet y lo vio como una salida a su estado sentimental y a los constantes problemas con sus padres. Ver sangre y sentir su piel cortada es, para ella, una clase de medicina y el placer que siente al hacerlo la lleva a olvidar que sigue hiriendo su cuerpo. “Me hace sentir mejor. Algunas personas rompen cosas o golpean a otro, hay gente que se castiga y no come, hay otros que toman alcohol”, dice Tobón.
Para cortarse utiliza agujas, tenedores o alambres de púas que lastiman sus brazos y piernas. Las cicatrices han sido lo más difícil de sobrellevar pues siempre anda con blusas largas o sacos y prefiere aguantarse el calor antes que mostrar alguna de sus marcas. “Mis padres se enteraron hace dos años cuando mi madre abrió la puerta del baño mientras yo me estaba bañando, al ver las cortadas se puso a llorar. Por eso he empezado a acudir a terapia”. Milena imaginó que sus padres la juzgarían, pero hicieron todo lo contrario: “sin ellos ya me hubiera volado la cabeza –asegura–. Yo no me considero loca, solo es un problema que requiere de atención, simplemente te lastimas en vez de lastimar a las personas a las que va dirigida esa ira”.
Impulso incontrolable
Como Milena, muchos adolescentes han encontrado una manera de herirse a sí mismos para sanar un dolor psicológico. Pueden sentirse solos, ser discriminados, tener ira o una tristeza extrema. Algunas personas sienten un odio inmenso contra sí mismas y sus cuerpos se convierten en una hoja en blanco en la que escriben –con cuchillas– nombres degradantes como una forma de recordar lo terribles que son.
El único objetivo que tiene la automutilación –una palabra que se conoce desde la posguerra y que apareció en consultas psiquiátricas en los años noventa– o el cutter, como es conocido en la jerga de los jóvenes, es sanar la tristeza y la frustración generándose un dolor físico que les ayuda a sentirse vivos, ver sangre los revitaliza y los despierta de esa realidad que no quieren seguir viviendo.
La parte interior de las piernas, los antebrazos, el estómago y, sobre todo, las muñecas, son las partes del cuerpo que más se automutilan los jóvenes porque son zonas frágiles, con poco músculo y donde más se siente dolor. Además, las incisiones –generalmente superficiales– pueden ser tapadas con la ropa y se convierten en partes no visibles que logran ocultar fácilmente debido a la vergüenza y el pudor que les produce que otros se enteren de su problema.
“Es un suicidio lento y aplazado, quienes lo practican saben definir los límites del dolor, del sangrado. El suicidio busca la muerte, mientras que la automutilación no”, afirma Richard Tamayo, comunicador social con estudios en psicología y filosofía de la Universidad Javeriana.
Para la Iglesia, el porqué de la automutilación se basa en la descomposición familiar. “La búsqueda de dinero, tener padres separados y el vacío emocional por falta de atención son las causas de este hecho. La fuente de la vida es el afecto. Los jóvenes se sienten muertos con el abandono, no tienen nada que los motive a vivir”, asegura el padre Carlos Novoa, rector del colegio jesuita San Bartolomé de La Merced.
Por su parte, el Doctor Mario G. Maldonado, especialista en medicina del dolor y en psiquiatría transcultural, define tres categorías de automutilación: la mayor, la estereotípica y la superficial o moderada. La primera es la más extrema y consiste en desfiguraciones permanentes como la castración, la amputación de miembros o la extracción de los ojos. Normalmente está asociada a estados psicóticos y es la menos frecuente. En el segundo caso, encontramos acciones como golpearse la cabeza rítmicamente contra la pared o morderse y se presenta en personas con retraso mental, autistas o psicóticos. Y en el tercer tipo, que es el más común, además de cortarse y quemarse los jóvenes se pueden rascar hasta sangrar, arrancarse el pelo, quebrarse los huesos o interferir con la cicatrización de las heridas.
Así mismo, el cerebro y la automutilación funcionan muy unidos. La serotonina es un neurotransmisor que se relaciona con el estado de ánimo, el apetito y el equilibrio del deseo sexual. Cuando una persona se deprime o piensa constantemente en algo, la serotonina disminuye y es más fácil terminar agrediéndose a sí misma. Otro químico cerebral, semejante al efecto del opio, es la encefalina, que controlan el dolor y las emociones. Cuando una persona se corta las muñecas, esta es producida rápidamente en el cerebro para bloquear el dolor.
Cuando aparece la necesidad de hacerse daño, los expertos recomiendan llamar a un amigo, tomar una ducha caliente, escribir, sostener hielo en las manos, llorar o masajear el área donde se quiere cortar con aceites y cremas.
Cuestión de identidad
Franz Nieto es piercer profesional desde 1996 y dueño de Goa Exotic Piercing, en Bogotá. Para él, la automutilación es una manera de expresión y un acercamiento erótico sexual. Asegura que en muchos países las personas acuden a la remoción voluntaria de alguna parte de sus cuerpos con fines estéticos y decorativos. El banding, por ejemplo, es un corte de la circulación en los testículos hasta su desprendimiento total, que se realiza con el objetivo de poder vivir libres de impulsos sexuales. Sin embargo, Nieto cuenta que lo más común es que las personas se quiten los dedos y las manos.
Para los Masai, en Kenya, el hecho de mutilar partes de su cuerpo es sinónimo de renacimiento, y representa el paso de la niñez a la hombría y el camino a la madurez. En Europa, por ejemplo, durante los siglos XVIII y XIX se practicó la cliterodectomía a las mujeres para “curar” la histeria y la epilepsia. Actualmente, esta mutilación busca que las mujeres pierdan casi toda la sensibilidad genital, que no sientan placer, que eviten la masturbación y resguarden su virginidad. Por supuesto, esta práctica ha sido rechazada a nivel mundial.
Por su parte, Richard Tamayo asegura que “el impacto que tienen las cicatrices en la piel es asunto de territorialidad. Son símbolos que informan sobre un hecho. Se trata de un signo observable que aterriza a la realidad y hace que al verla se sienta que se ha vivido”. La adicción depende del placer que el corte y el dolor brinden, de ahí su repetición y costumbre.
El doctor Mario Maldonado concluye que las familias, los amigos y los profesionales de la salud deben detectar este problema a tiempo. Atención y cuidado son la respuesta. Mientras que Horacio Velmont, fundador y actual presidente del grupo ELRON (organización científica independiente dedicada a erradicar los falsos datos científicos), en un artículo titulado Automutilación y aberración, afirma que la automutilación proviene de engramas –cambios repentinos en el cerebro basados en la memoria– que ordenan esta conducta. Como el engrama es por definición irracional, todo intento por tratar de explicarlo es superfluo. Usted saque sus propias conclusiones.
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