La película trans hecha en el barrio Santa Fe
La Red Comunitaria Trans acaba de lanzar la película Cada vez que muero. ¿Cómo fue posible producir este thriller marica sobre la vida, la muerte y la resurrección?
En una casa del barrio Santa Fe, en Bogotá, siete mujeres se reúnen para hablar de la muerte. Papel y lápiz en mano, anotan cada una de las experiencias cercanas que han tenido en la materia desde la infancia: aquel día que llamaron a una y le dijeron que habían matado a su mejor amiga, la tarde después del colegio en la que le dijeron a otra que había muerto su mamá, la noche en que una se salvó de una balacera en Medellín… La lista es larga. Luego, toman pola, se bajan media de ron, fuman cigarrillos, pegan porros y empiezan a contar sus anécdotas con fluidez de expertas. La sesión parece una terapia de grupo pero también un aquelarre pendiente porque con cada testimonio, en medio de la desazón y el horror, también hay gritos y carcajadas. Porque las mujeres trans saben de muerte, como pocas poblaciones en Colombia,
Así se desarrolla, relato a relato, Cada vez que muero (2022), película producida –o, más bien, autogestionada– por la Red Comunitaria Trans de Bogotá y dirigida por Raúl Vidales, aunque decir ‘dirigida’ es un mero término porque, como él mismo lo cuenta, se trató de un ejercicio conjunto en el que las mujeres que hacen parte de la obra exploraban junto a él la forma de llevar todo lo que sentían a la pantalla. “Dirigir fue más un voto de confianza que ellas me dieron. No hubo una jerarquía. Fue, más bien, una función logística. Desde el principio sabíamos que serían ellas y sus historias las protagonistas”, dice Raúl. Es decir, más que una dirección, se podría decir que la película es un manifiesto colectivo sobre la vida y la muerte trans.
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Raúl tiene 41 años, es psicólogo y comenzó su acercamiento a la realización audiovisual hace 12 años. Actualmente trabaja en el área de acompañamiento a víctimas de la Jurisdicción Especial para la Paz y saca tiempo para hacer cine. Ha buscado la forma de combinar ambos conocimientos desde el documental y el experimental. Cada vez que muero es un ejemplo perfecto de esa intención. La idea de hacer una película trans comenzó cuando conoció a les integrantes de la Red Comunitaria Trans y rondó durante años en el aire hasta que la aterrizaron durante el confinamiento por la pandemia del COVID-19.
Aprovecharon la cuarentena obligatoria para reunirse dos veces por semana a escribir y barajar temas para la película. En todos los encuentros, la muerte era el telón de fondo más recurrente. “En ese momento, en 2020, veíamos cómo la muerte era utilizada como un tema permanente, que rondaba en todas partes, sobre todo para controlar a la gente. Y esa ha sido una sensación que siempre han vivido las mujeres trans en Colombia. Cuando le pusimos fecha al rodaje, ya sabíamos que el tema de la película sería la muerte”, dice Raúl.
Era más que justificado. Los tranfeminicidios son uno de los mayores temores del día día de cualquier mujer trans en Colombia: solo entre 2021 y lo que va de 2022 se han registrado 48 asesinatos y ninguno ha sido esclarecido por la justicia. La muerte tenía que ser un eje crucial para una película que realizara un colectivo como la Red Comunitaria Trans, tal como ha pasado siempre en sus vidas. Tan latente y cotidiana es que el último día de rodaje, la alegría de culminar la producción fue opacada por la noticia del asesinato de Luciana Moscoso, en el sur de Bogotá.
Tal vez porque, justamente, Cada vez que muero es una película hecha desde la voz de mujeres trans colombianísimas, marginales y reales, que cuentan testimonios de vida, que difícilmente escapan al caos que padece esta población en el país, es que no se parece a ninguna otra de las escasas películas que abordan este tema. No se trata de una mirada ajena contando una historia trans sino que son ellas quienes se toman las cámaras y se cuentan a sí mismas, sin mediaciones o aprobaciones del cine convencional.
Ellas mismas gestionaron cada detalle de la producción. Hicieron la dirección de arte, el diseño de vestuario, la consecución de las locaciones, la iluminación, la música y, por supuesto, la producción ejecutiva: la plata salió, literalmente, de sus bolsillos y el de Raúl Vidales. Tal como sus vidas, la producción de Cada vez que muero se logró al margen del sistema, que en Colombia aún sigue siendo engorroso, prácticamente esteril, para los entusiastas del cine que quieren producir cine fuera de los circuitos de siempre.
Por eso está lejos de referentes imprescindibles como Las aventuras de Priscila, reina del desierto, Lawrence Anyways o Una mujer fantástica. Su tono es mucho más directo y crudo, sin edulcorantes, consolaciones o complacencias. Y sin embargo, está llena de la belleza y la habilidad performática que se da tan espontáneamente en sus protagonistas. Sus relatos, macabros ante la vista de cualquiera (y esa es la palabra que ellas utilizan para definirlo), se presentan con una belleza multicolor que no le resta contundencia.
La película pasa de un momento al otro de la oscuridad del aquerrale a la estética luminosa y colorida de las performances que hacen las protagonistas. Cada una en su universo, que transcurre en espacios cotidianos (una lavandería, una casa, una carnicería, un cementerio) representa, en sí misma, la presencia de una disrupción llena de trajes kitch, iluminaciones que parecen hechas de celofán y una actitud combativa frente a un ángel exterminador omnipresente que acecha sus fantasías. Esa parece su versión de la muerte: una sombra que oscurece un mundo de murano tornasolado.
“La instrumentalización de la muerte ha sido una sensación permanente en la vida de la población trans. Por eso esta película, creo, es una lucha constante por la autorrepresentación, por eso nuestro interés ha sido que las primeras personas en verla sean las poblaciones trans de Colombia”, dice Raúl. Esa autorrepresentación aún sigue siendo obstaculizada por la transfobia del país.
En 2018, durante una iniciativa del Área Cultural del Banco de la República para acercar su red de museos y bibliotecas a la población trans del barrio Santa Fe, invitaron a la Red Comunitaria Trans para hacer una serie de actividades y conversatorios. En una de sus jornadas, les pidieron a algunas de ellas que escogieran una obra de arte del MAMU con la que se sintieran identificadas y la reiterpretaran para hacer una exposición. Daniela Maldonado, una de sus líderes y protagonista de Cada vez que muero, escogió el retrato de una monja muerta en su ataúd de la época de la colonia. Cuando le preguntaron por qué eligió esa pintura, dijo: “yo me di cuenta que las monjas y nosotras nos parecemos: nos define el vestido, solo podemos confiar en nuestras hermanas y moriremos solas, ojalá con algunas flores”.
Las trans saben de muerte. Solo por eso, es más que necesario que ellas mismas la cuenten con su propio cine.
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