Las manos de papel
“La expectativa a veces es mucho más importante que la experiencia real”.
Desde pequeña, a Diana Beltrán Herrera le gustó el papel. No fue una etapa colegial ni un trauma de las maquetas de la universidad, ella simplemente encontró su material. Al principio, cogía hojas y las manipulaba. El primer animal que hizo en papel fue un cisne, luego iría arriesgándose cada vez más hasta el punto de vivir de doblar hojas.
Diana rasga, pinta y pega el papel en una apuesta por explorar, cuestionar y a la vez ser lo más rigurosa posible con el modelo –ya sea real o imaginario– que trata de realizar. “Cuando estaba en la universidad y quería trabajar el papel, la gente me decía como “¡Ey, el papel es para manualidades!”. Y no, no es de manualidades, el papel es una cantidad de cosas diferentes y es superdifícil tratar de pelear con esa idea de que es un material con valor como cualquier otro”, afirma Diana.
Beltrán estudió Diseño Industrial en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y se graduó en el año 2010, pero en vez de entrar en el círculo laboral de jefes, correcciones y trasnochos, tenía muy claro que quería ser independiente. Un año después, se fue a Helsinki, Finlandia, para experimentar con su obra en compañía de su pareja del momento, que era un artista faroés -proveniente de las Islas Faroe en el Atlántico Norte, entre Escocia, Noruega e Islandia–. Era la primera vez que se iba tan lejos de casa y fue en ese lugar que comenzó a hacer los primeros modelos de aves como un intento de registrar sus experiencias y poder acceder a ellas.
Aunque el trabajo con pájaros comenzó en el país europeo, Diana reconoce que su fijación viene de una resistencia a una costumbre de su familia: su abuela y su madre solían tener azulejos, canarios y pericos enjaulados en su casa. “Yo sentía que haciéndolos en papel, les hacía menos daño. La obra gira mucho entorno a que uno se puede relacionar con esa idea y que ésta es suficiente para que no necesites relacionarte con la realidad”.
Según el SiB (una iniciativa que tiene como propósito brindar acceso libre a información sobre la diversidad biológica del país) hay 68 tipos de aves en peligro de extinción en Colombia. Diana no cree que el problema en el país sea con ellas en particular sino con todo el entorno: “siento que hace falta más educación en los colegios porque cuando estaba estudiando nunca me enseñaron nada de eso”. Para ella es inaudito que las especies más mencionadas sean los copetones o las palomas y que no se tengan en cuenta las migraciones que ocurren en septiembre –14,5% de las especies de aves presentes en Colombia tienen comportamientos migratorios–. “Hace falta encontrar una forma en la que todos podamos acceder a esa información y que no sea solo un asunto de biólogos o científicos”, concluye Diana.
Su ave favorita – aunque nunca la ha visto en vivo– es el Martín Pescador y su forma de estar cerca de él es hacerlo en papel como una puerta para conocer cosas que normalmente no puede en su día a día. De hecho, mucha gente prefiere comprarle los pájaros por una cuestión más emocional o de capricho infantil que por coleccionismo. Su camino con el papel, además de abrirle un campo infinito de posibilidades, le ha dado el estatus de artista. Hoy maneja toda la libertad creativa ya que sus clientes tienen una idea clara de cómo es su trabajo y están a la expectativa de lo que ella pueda hacer.
Pero ¿qué tienen de especial estas figuras? Diana no solo trata de que sus piezas sean muy fieles al modelo original –un animal, una flor o un objeto–, sino que les da vida y las trata de poner en acción. De esta manera se cuestiona la vida de las cosas y su relación con ellas.
La precisión de sus modelos la obtiene gracias a las fotografías. Mucho de su tiempo lo invierte buscando la imagen adecuada que le permita concebir la tridimensionalidad en su trabajo con el papel. Lo primero que hace es dibujar sobre la imagen, memorizar cómo es el tamaño, la forma, las piezas, el volumen y luego comienza a construir el cuerpo según el movimiento que le quiera dar. Cuando un pájaro nace, lo hace de lo más chiquito y se va haciendo grande. Diana realiza lo contrario: ella crea un caparazón y a partir de ahí pega todas las piezas. Esta es una labor de suma paciencia: por ejemplo, hay obras que le toman cerca de dos semanas.
En el año 2013, Diana se mudó a Bristol, donde estudió una maestría en Bellas Artes en la Universidad del Este de Inglaterra (UWE). Allí, en vez de analizar las aves suspendidas en el tiempo que la han hecho famosa, se dedicó a investigar el por qué hacía este trabajo, cuál era el sentido y el mensaje que quería comunicar. Allí comprendió que no se trata de ser artista o diseñadora, sino una mezcla de las dos: en el diseño hay una parte creativa y una parte experimental de la concepción de un producto y el arte entra a convertir ese pensamiento en algo real y viceversa.
Más allá de la denuncia del maltrato y la indiferencia del mundo hacia los pájaros a través de su obra, la bogotana ha logrado que –más allá de mostrar especies– sus modelos salven vidas: el museo de Longwood Gardens en Estados Unidos, le pidió que les hiciera siete modelos para exposición ya que la institución dejó de hacer taxidermia porque es muy costosa, requiere muchos permisos y hay mucho tráfico de especies. “Lo que hice inocentemente hace cinco años ha progresado al punto que ya estoy en un museo y estoy reemplazando cosas reales haciéndolas en papel y no estamos causando ningún daño. Eso me parece increíble”.
La colombiana acabó la maestría el año pasado y se quedó a vivir en el Reino Unido con su pareja Thomas y su hijo Simón. Desde entonces, cada mañana lo prepara para el colegio y en la tarde le enseña sobre especies y medio ambiente. Pero el estar más tiempo en casa, la sofocó en un punto en el que no le encontraba sentido a estar allí y en vez de mudarse, quiso cuestionarse sobre su relación con el hogar. En ese proceso, descubrió muchísimas cosas sobre cómo funciona ese espacio, la jerarquía de los objetos y por qué tiene lo que tiene: Diana construyó una idea de casa de Bogotá en Inglaterra. Ella no tiene un Chocorramo, pero los hace en papel y así trae un poco de esa realidad que tanto extraña.
“Es chistoso. Cuando uno está allá, no valora esas cosas. Siento que a través del papel puedo tener la idea de ellas y eso me satisface porque siento que es como estar cerca de casa, estar cerca de las cosas que me gustan, y la casa se ha vuelto superimportante en mi obra”. Aunque no ha publicado mucho sobre este proyecto, ya tiene un primer encargo de una empresa de papel en Inglaterra. No ha sido fácil enganchar a su público con productos que no todos conocen pero se ha ido desligando de ese mote de “la chica de los pájaros”.
En relación con su proyecto actual, la colombiana quisiera exponer en un supermercado bajo esa idea del objeto inútil: reemplazar las estanterías con productos hechos por ella y hacerle saber a la gente que se trata de cosas que no se pueden comprar. En parte, su obra tiene mucha relación con el teatro porque son objetos que aspiran a ser cosas: “me encantaría ponerlos en situaciones supernormales, en las que la gente ni siquiera sospeche que están ahí”, cuenta entusiasmada.
Su consejo para los artistas que están empezando su carrera es que “no hay límites, se puede empezar con lo más básico y lo más sencillo. Se puede trabajar con lo que sea mientras se tengan las ganas y no se piense mucho en el “quiero ser”, sino realmente que se sienta que con lo que se está haciendo se está encontrando algo que tiene un peso y que uno sienta una necesidad de hacerlo. Lo más importante para ser artista es hacer y no parar”.
Diana Beltrán Herrera ha participado en exposiciones individuales y colectivas en Europa, Asia y Estados Unidos. Igualmente, ha cooperado con artistas, organizaciones y clientes privados como Olivari, Volevatch, Longwood Gardens, Marina Rinaldi, James Cropper, Sottini y Lebeau- Courally.
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