ALGUNAS REFLEXIONES FERMENTADAS SOBRE ESTÉREO PICNIC 2022
Taylor Hawkins, C. Tangana y Jay Balvin son algunos de los temas que toca el periodista y artista Santiago Rivas una semana después de finalizado el Picnic.
C. Tangana
Su majestad C. Tangana montó un show que bien puede ser una clase magistral. Manejó los tiempos de sus 60 minutos para crear varias fases distintas en las que él mismo pasó de las fusiones a su música antes de El madrileño. Montó una fiesta en el solar de una casa, conversó con “Pucho” y puso canciones del teléfono a la “vida real”, apagó y prendió las luces, aparecía en un cuadro, o directo en el escenario. Un espectáculo francamente impresionante, por lo cuidadoso, innovador y bonito, bonito en serio, como una pintura y un buen recuerdo.
Pero sobre todo, fue una experiencia hermosa, por su verosimilitud. No porque todos tengamos un C. Tangana en nuestras vidas, ni una casa con solar, ni amigos guitarristas o amigas cantaoras. Fue un show cálido y amistoso, una buena tarde de amigos, donde cada uno aporta para lograr esa genialidad que nace cuando lo difícil se hace ver fácil. El show de Tangana fue magistral porque sentimos que estuvimos ahí, en esa mesa, en esa fiesta, aunque el frío arreciaba en Briceño. Música hecha por gente de verdad, para el corazón.
J Balvin
A las 11 de la noche del sábado 26, una gran oportunidad perdida. J Balvin parecía nervioso, afanado por demostrar mucho y convencido de que no le debía nada a nadie, todo al mismo tiempo. A ver si logro explicarme: montó un tremendo pedazo de tarima y ya. Pare de contar ¿Llevó él a la gran mayoría de la gente ese día? Sin duda. ¿Montó un cumbión y la mayoría de quienes estuvieron allí se emparrandó de principio a fin? Seguro que sí. ¿Fue un buen espectáculo? Definitivamente no. Y con el paso de los días me parece cada vez peor.
Arrancó duro, con cañones de fuego en el escenario y sonando “Mi gente”. Mantuvo el ritmo alto todo el tiempo, pero era evidente que no estaba haciendo gran cosa allá trepado. Comparado con Coachella 2019, por ejemplo, no estaba cantando casi nada, ni bajaba ni subía escaleras, nada. Paraba de rapear a la mitad y extendía el micrófono a la gente, apenas si bailaba las partes de los artistas invitados en sus canciones. Sonreía, eso sí, y señalaba el mar de gente que estaba ahí para verlo, como sin creerlo, pero al tiempo, convencido de que ya había ganado y no tenía que hacer nada más. Es decir, hizo una James Rodríguez.
Cuando paraba, se volteaba a hablar con DJ Pope, su compañero principal de tarima. Los bailarines iban y venían, cambiaba la pista, pero lo mismo. Para mí, el punto culminante y que me sacó corriendo, fue cuando, en medio del magazín de Teleantioquia que había montado, en el que repetía sin sentido la palabra “chimba” y otras cosas paisas genéricas, le dio por hacer un homenaje a La Etnnia, que consistió en rapear “Manicomio 5-27” sobre la pista. Paró al rato y dijo que estaban ahí los de la Etnnia. No entiendo, si eso era así, por qué no hizo la canción con ellos en el escenario. No me quedé a averiguarlo.
No lo supero. Por favor volvamos a hablar de J Balvin. ¿Por qué me tiene tan rayado? ¿Por qué, pasados tres días, me sigue pareciendo ofensivo? Es decir, el man armó un rumbón, mucha gente estuvo bailando, incluso con sus conversaciones de pato con DJ Pope, nadie esperaba que Balvin saliera con nada distinto. Podría dejarlo ir. Pero no, y creo que se debe a que me parece ofensivo con la gente. Al mismo tiempo displicente e inseguro, sobrador y alcanzado; mucha pantalla y los músicos escondidos, para que todo sonara como un playback.
Y hablando del asunto entre Residente y J Balvin (tan comercialmente provechoso para ambos), debo decir que no soy enemigo de la música con fórmula. Cuando es buena e interesante, vale la pena el trabajo de todos esos productores, publicistas y creadores de sonsonetes. No se llega por nada a ser uno de los más oídos, y Balvin tiene un sentido privilegiado para pescar sonidos pegajosos y rescatar éxitos viejos para convertirlos en exitazos nuevos. No es un tipo que carece de mérito, y la autoría está sobrevalorada. Me gusta mucho Residente, y me alegra que se deje la sangre en cada cosa que hace, pero se puede ser un artista de muchas formas.
Por eso, creo, me molesta especialmente lo que hizo Balvin, escondiendo a los músicos y poniendo todo a funcionar en torno a su figura, sin cuidar que eso no lo hace mejor ni más prominente, al contrario. Sobre él recae todo lo malo de la presentación, precisamente porque parecía que estaba solo. Bueno, no solo, acompañado por Pope, su DJ que le sostuvo esa charla en donde no decían nada. No había guión, no hubo preproducción, solamente luces y fuego. No puede ser que alguien como Balvin no tenga nada que decir, pero en realidad es peor que eso. No le pareció importante hacerlo. Es como si con que la gente estuviera ahí y él estuviera ahí ya fuera suficiente. No lo es.
No basta con poner las canciones en mp3 y rapear un pedazo, ni basta con los cañones de fuego o las pantallas, porque la música, la que es de fórmula y la que no, apelan a la misma fibra de las personas, y eso no se puede dar por sentado. Puede que la autoría esté sobrevalorada, lo mismo la manufactura, pero definitivamente la creatividad no lo está, mucho menos la atención.
Las comparaciones son odiosas, pero en este caso son muy útiles para ilustrar mi punto. Empecemos con C. Tangana, que compite en las mismas listas y premios que Balvin. Él tampoco hace todo en sus canciones. No es cantaor, ni guitarrista; no canta con jondura, ni baila gran cosa; es un rapero, que al igual que Balvin, tiene un gran oído y sabe conectar elementos. La diferencia es que Tangana no está ocultando eso, porque sabe que es la cabeza del proceso. Nos muestra todo lo que pasa y quién lo hace pasar, que no es otra cosa que el espíritu colaborativo que ha hecho tan grande al reggaeton. Quiso hacer un espectáculo cotidiano, pero la gracia estuvo en que le hizo un guión a ese espectáculo, y un montaje que conectaba, en vez de alejar. Cuando decían cosas, las habían escrito. ¿Qué hay de malo en ello? ¿No es eso mil veces mejor que ver a J Balvin y a DJ Pope hablando de nada, como si fuera un magazín de la tarde en TV regional o un programa eterno de la mañana?
La siguiente odiosa comparación es con Fat Boy Slim, que por definición pone música previamente registrada e impresa en un soporte físico o digital. Es decir: no hay nada de malo en poner tus canciones grabadas, pero ni siquiera Fat Boy Slim, que es DJ, puso sus grandes éxitos tal cual los conocemos. Los mezcló, los transformó, nos tentó con ellos y armó un fiestón de hora y pico con eso. La sorpresa, incluso dentro de lo conocido, hace que no sea más de lo mismo. Para oír a Balvin tal cual lo pongo en alguna plataforma.
La tercera comparación odiosa es con alguien de su propio parche: Crudo Means Raw hizo un muy buen show, partiendo de grandes dosis de humildad. No tacañería, no pequeñez, simplemente humildad, para sacar el mejor provecho de recursos simples. Un solo de percusión que era al mismo tiempo una descarga y un homenaje a Taylor Hawkins, un susurro amigable para rapear cosas sabrosas, bailarinas que bailan bien, una buena mezcla, todo usado de la mejor forma posible. Lo simple no es sinónimo de pobre, ni de malo. Al contrario, a veces es mejor dejar a la gente sola con su ingenio, para ver florecer bonitas cosas y eso Balvin también lo pasó por alto.
¿Por qué le doy tanto palo y le dedico tanto tiempo? Porque a Balvin debieron pagarle una plataza por presentarse en el Picnic, porque estaba como número principal en el día de mayor afluencia. Todos sabíamos que iba a ser así y todos queríamos ver qué iba a presentar. Es el mismo artista que se presentó con gran revuelo en Coachella 2019 y queríamos verlo acá, en un país que de muchas formas ha despreciado, para que nos entregara algo de lo que lo ha convertido en un grande en todo el mundo. Y nos trajo cualquier cosa. No importa si es en la música, el fútbol, la política o lo que cada quien ame, un pechofrío nunca será bueno, aunque a mucha gente no le haya importado.
Control / descontrol
Uno de los patrones más interesantes que detecté o creo haber detectado en esta edición del Estéreo Picnic es la constante oposición entre el control y el descontrol, música de precisión frente a música más visceral. Es una especulación, claro, pero les quiero hablar de lo que vi.
Estamos más acostumbrados en Colombia a la música silvestre y descontrolada. El “perrenque”, que llaman. La mayoría de los artistas nacionales que oí, como Bejuco, Armenia y Crudo Means Raw están basados en esa fuerza natural de nuestra música. Lo mismo grupos más emocionales, como The Libertines y The Strokes.
En esa línea, Black Pumas es todo lo que la denominación “soul” comprende. Eric Burton es un showman inigualable y muy generoso, que llegó justo a tiempo en el momento de más dolor y más zozobra. De eso hablaré en otra parte. La otra gran exponente es LP, que pese a tener una puesta en escena delicada, es de una fuerza inusual, una voz por encima de cualquier otra en el festival, incluyendo al vocalista de Black Pumas. Dos voces con cuerpo y textura, con filo y con golpe.
El rey de ese estilo en este festival fue IDLES. Son una bandota. Durante la hora en que tocaron, la energía no bajó un segundo. Me impresiona hasta qué punto pueden sonar como hard core-punk de canon y, al mismo tiempo, ser un grupo perfectamente de este tiempo, con sus principios perfectamente claros: antifascistas, pro inmigrantes, políticamente activos. Nada de lo que hacen suena viejo; es muy fácil conectar con ellos, con su rabia y su ironía, con ese sonido que no para un segundo.
No hubo tregua durante una hora, tampoco nadie la pidió. Se montaron en el público, nos mandaron a poguear, gritaron, bailaron sabroso y se divirtieron. Esto último, sobre todo. IDLES es una banda que se divierte, que no se toma demasiado en serio y, sin embargo, hace algo muy importante. Se siente como una infusión de sangre nueva en el cuerpo. ¿Por qué carajos no los sigo por el mundo? ¿Por qué no tengo una camiseta de ellos? Qué vergüenza con ustedes.
Por otro lado, cuando hablo sobre “precisión” no me refiero a música aséptica o insabora, no me refiero a música aburrida o que no haga bailar, todo lo contrario. Hay estilos mucho más etéreos, casi místicos, como el de Las Áñez, que son todo delicadeza y cosas pequeñas, pero son infinitamente generosas. Las gemelas Áñez han montado un sonido para viajar, lleno de armonía y de detalles sutiles, una textura que es música y es una atmósfera al mismo tiempo. Parecen mensajes llegados desde otra dimensión y cada vez tienen más fanaticada. Su horario no era el más agradecido, y sin embargo, el público las recibió con mucha alegría. Ante todo, son generosas. Parece que es poco, porque no tienen un gran aparataje, pero es un trabajo de mucho amor y mucha atención. Cada armonía, cada sonido, cada mensaje está puesto exactamente donde debería, cada movimiento de las manos, la posición en tarima, el intercambio de cuerpos y la imposibilidad de reconocerlas hace de cada una de sus presentaciones una experiencia mística. Me declaro feligrés de Las Áñez.
Estas gemelas maravilla de la música colombiana, sin embargo, fueron minoría dentro de lo que llamo “música de precisión”. La mayoría de los representantes de esta categoría inventada por mí son exponentes de la total sabrosura. Al final de la noche del sábado, ya madrugada del domingo, estaba Caribou ¿Por qué no tengo ni siquiera un sticker de este grupo? Hay tiempos para todo, yo sé, pero es una locura cuando una banda que uno ha oído por ahí, sin mayor atención, de pronto se vuelve algo completamente nuevo cuando la tiene enfrente en el momento indicado. Sin despeinarse (el bajista, sobre todo) y sin más aspavientos, descargan una cantidad de energía impresionante. El baterista, para empezar, es un genio. Es una máquina, en el mejor sentido, y luego el ensamble entre dos baterías, el espectáculo de luces. No puedo creer que los hayan puesto tan tarde, pero al tiempo qué fortuna poder bailar con ellos en la noche fría entre el sábado y el domingo. Es una experiencia sonora muy superior a una fiesta convencional.
Caribou fueron los reyes de la precisión, como un tesoro al final del día, pero quienes mejor show dieron en esta categoría fueron los de Jungle. Absolutamente impecables, desde el primer acorde. Al tiempo, nadie dejó de bailar un segundo. Tienen un guión bien definido, con dos frontmen, cada uno con personalidades distintas y apariencias distintas. Atrás, la banda rompiéndola, cada uno en perfecta sincronía con el otro. Tal vez estoy delirando, pero cada cosa estaba en su lugar, ningún sonido por fuera de lo esperado. Ese fue mi contraste favorito de todo el festival.
Melancolía
Otra impresión que tengo es que este fue un festival especialmente melancólico. ¿Conocen la melancolía? O mejor, ¿la reconocen? Colombia es un país muy melancólico y su música, mucho de su música, lo es más. Sobre todo la bailable, porque lo melancólico no es solamente triste. Es triste y feliz, o encallecido, no se sabe bien.
El sonido melancólico no solo pega mucho en Bogotá, que es cosa de toda la vida; es el sonido de hoy, sin duda alguna. De pronto es porque se sentía todo como una reunión de exalumnos, porque llevábamos dos años hirviendo en nuestros jugos, creciendo y madurando a las patadas, envejeciendo al doble de velocidad, aislados los unos de los otros. De pronto es el sabor agridulce que pega en estos días, pero este fue un festival sumamente melancólico.
De nuevo, no me refiero a la muerte de Taylor Hawkins. Eso es triste y ya. Me refiero a la languidez sin par de Ed Maverick y la guitarrita lenta, la voz caída y la devoción del público. Me refiero a cerrar una tarima con el vallenato lastimero pero muy pechichón del Binomio de Oro y a los alaridos hermosos de LP.
Pero la melancolía es también el sentir de mi generación, y por eso The Libertines y The Strokes se llevaron completamente ese trofeo. Es música que te hace compañía, que sin mentirte, te promete que algo, lo que sea, va a llegar. Pete Doherty aparece en Google como “poeta”, y no es en vano. The Libertines, que eran la promesa más grande del festival para muchos de nosotros, venían a darnos un poco de eso que tanto queremos, esa pequeña tristeza que se cuela como una espina en todos lados, que a veces duele y a veces hace cosquillas.
Su presentación tuvo todo lo que amamos de ellos, desde el sonido sucio de banda de garaje hasta la sensibilidad de muchas de sus canciones de amor. Estos señores, que no dejaron de ser esos muchachos angustiados que todo el mundo conoció y los novios tóxicos de nuestra generación, son, en toda regla, un grupo de culto. Tocan como si aún no hubieran tenido éxito, sintiendo cada palabra y cada acorde.
Pero claro, el momento más melancólico fue el agridulce “homenaje” que Julian Casablancas hizo del baterista de Foo Fighters, porque básicamente él es así, que sabe que es triste, pero no iba a inventarse nada. Reconoció, simplemente, que se trataba de un hecho triste, pero que no lo conoció nunca y que no sabía qué decir. La vida es así, me imagino. Y luego van de lo más duro, como “Reptilia”, a “The Adults Are Talking” y nadie se alegró, pero definitivamente nadie perdió el ánimo, mientras lo oímos cantar, hablar cantando y gritar, tratando de afinar. Sin la mentira que es la felicidad, sin la mentira de que todo es totalmente triste.
Hablemos de la muerte
Quienes tuvieron que dar el anuncio al público fueron Eric Burton y Adrian Quesada, los integrantes de Black Pumas. No creo que nadie más en el line up del viernes hubiera tenido la profundidad y el peso para hacerlo, para gestionar la oleada de reacciones que sobrevendría. No importa si uno quiere o no quiere a tal o cual artista, si es su favorito o no, si lo sigue y lo canta, lo venera o simplemente lo respeta: estas noticias caen como un baldado de agua fría. Como miles de baldados de agua fría.
Con seriedad, sin excesivo drama, dieron la noticia. El murmullo que siguió y la solemnidad con la que invitaron a un minuto de silencio, para luego arrancar con toda la fuerza, estuvo apenas perfecto. No en vano son un grupo de soul: nunca más necesarios, ni más precisa la palabra.
Y así fue su presentación. Dudo que la vayan a olvidar, porque la responsabilidad era grande, y esa música dulce y cálida que hacen fue como un ceremonial que nos acompañó a todos en lo que era una noticia mala. Mala y punto, sin posibilidades de controlarla, sin vuelta atrás y, sin embargo, la serenidad y talento de Burton y Quesada permitió que mucha gente aterrizara en el duelo de manera amable. Un grupo para el alma en el mejor de los sentidos, justo a tiempo.
Mientras tanto, fueron llenando de velas el escenario principal, para que la gente pudiera ir a hacer el duelo, a oír Foo Fighters y llorar, o simplemente acompañarse. La muerte de un ídolo es siempre una mala noticia. Sobre todo ahora, que venimos de estar encerrados total o parcialmente dos años, pasando más tiempo con nuestros artistas favoritos que con nuestros amigos o familiares, la música y quienes la hacen fueron catalizadores de un proceso colectivo que sin ellos habría sido imposible llevar a cabo.
La gente que se burla indolente del amor que uno siente por los músicos que lo acompañaron en su vida, que lo hicieron llorar, bailar, cantar a los alaridos o que incluso salvaron nuestra vida, olvida que a todos nos va a tocar. No solo la muerte de alguien a quien admiramos y cuya obra ha sacudido nuestra vida y acompañado nuestros días, también les va a tocar morir a ellos. Porque sabemos que moriremos es que se hace música y el mundo está lleno de obras, ideas y experiencias que buscan darle sentido a lo que vivimos. No es la única razón, pero es la principal.
Tuvimos que hablar de la muerte en medio de una gran celebración de la vida. ¿Cómo se puede seguir bailando? ¿Quién podría dejar de bailar? Es fácil desentenderse de las razones por las que se hacen eventos como Estéreo Picnic, si se lo ve desde la distancia y por razones perfectamente válidas. En este momento no quisiera discutirlo, ni me parece que venga al caso. Simplemente es más fácil encontrarle sentido a estas cosas desde adentro, viendo a la gente pasar, las luces y el caos, oyendo el rumor de las tarimas lejanas y, finalmente, en el encuentro con la música. Todo lo demás es el cómo.
Mi noche se enfrió, literal y figurativamente, cuando supe la noticia de la muerte de Taylor Hawkins. La energía del festival sufrió un bajonazo, como era de esperarse. Para mucha gente se había acabado la noche e incluso el festival, había una crisis generada por lo inevitable y, sin embargo, quedaba mucha gente tratando de sostener el ánimo, no poniendo mucha atención y bailando en los números siguientes. A mí me supo a poco. Lo lamento, porque Kaytranada, Claptone y Red Axes son grandes artistas, y la fiesta seguramente estuvo muy bien. Supongo que es más fácil bailar triste que perplejo.
Hoy, días después, tras ver la carroñería de quienes trataron de “resolver” la muerte de Taylor Hawkins, solo puedo cerrar diciendo que de ninguna manera debemos dejar que usen a nuestros ídolos para vendernos agendas ridículas de prohibicionismo de las drogas. Me refiero a lo que hizo la Fiscalía General revelando el informe toxicológico y médico que nadie, ni a nosotros le incumbía, simplemente para montarnos el cuento de “las drogas son malas”. Y a muchos periodistas que trataron de aprovechar esa circunstancia, triste para la mayoría, simplemente para alimentar relatos de país y del mundo que ya no caben. Que la tierra le sea leve a Taylor.
*Periodista, escritor, presentador.
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