La Retrospectiva del Premio Arte Joven 2008-2023 llega a Atrio, Bogotá
El 16 de mayo inaugura en Bogotá esta muestra que celebra la historia del premio organizado por Colsanitas y la Embajada de España en Colombia. La retrospectiva, que será acogida por la Sala de Arte de Bancolombia, reúne doce obras seleccionadas por la curadora María Isabel Rueda entre piezas ganadoras y finalistas del principal estímulo al arte joven del país.
Desde hace 16 años, el Premio Arte Joven se ha convertido en un espacio de visibilización y en una plataforma para impulsar la trayectoria de artistas colombianos. Una mirada rápida a su historia permite encontrar entre sus participantes firmas como Lorena Espitia, Julieth Morales, Eider Yangana, Johan Samboní, Linda Pongutá, Francisca Jiménez, Javier Morales Casas y Alberto Miani, entre muchos otros; junto a curadores como Alejandra Sarria, Ximena Gama, Jaime Cerón y María Isabel Rueda.
Precisamente ella, artista cartagenera y curadora de las últimas dos ediciones del premio, afirma: “Desde 2008, han pasado por el premio los más importantes curadores del arte joven colombiano y han seleccionado una serie de artistas que, con el paso de los años, han alcanzado relevancia en el arte contemporáneo del país. Todo ese esfuerzo de armar esta colección ahora se puede compartir con el público”.
Después de dos meses de exhibición en el Centro para la Cooperación Española, en Cartagena, la colección continúa su itinerancia ante un nuevo público en la capital, entre el 16 de mayo y el 27 de julio. Las doce obras que conforman esta muestra dan cuenta de la pluralidad estética del arte colombiano del siglo XXI.
La muestra incluye pintura, dibujo, fotografía, video, gráfica e instalación. Los creadores provienen tanto de centros urbanos que convocan las dinámicas tradicionales del arte como de zonas periféricas que dan cuenta de la complejidad de nuestro país. En cada obra palpitan las preguntas sobre la identidad individual y lo social, el género y el deseo, lo privado y lo público, las raíces y el territorio, el pasado histórico y la historia personal; miradas que nos confrontan desde el arte joven.
1. Linda Pongutá (Finalista en 2022)
Tasqua
Técnica mixta (120 x 160 cm)
Bogotá
Después de vivir muy de cerca la convalecencia y la muerte de su abuela, la artista bogotana quedó en cierta forma atrapada en los alrededores del Hospital San José, en la Plaza España de Bogotá. Experimentaba una sensación fantasma, de deriva, y una urgencia de expresar su frustración ante la enfermedad y la pérdida.
Muchas veces, cuando había ido a visitarla a lo largo de la hospitalización, la encontró hundida entre telas empapadas de sangre. Esa imagen, esa materia, esa asfixia ante el dolor ajeno que al ser amado se vuelve propio, se materializaron en la obra Tasqua, finalista del Premio Arte Joven 2022.
La escultura de Lina Pongutá despliega una pesada tela cubierta con sangre seca de cerdo. Esta especie de cuerpo extendido exhibe pliegues similares a un patrón de vaginas sucesivas. La intervención industrial sobre esa materia orgánica la endurece con aceite para carro quemado, con varillas de hierro y, al final, con sangre de drago para cicatrizar las heridas.
En esta obra estremecedora y lúcida, la sangre es materia orgánica que vincula lo animal con lo humano, pero es también vitalidad ante la muerte. “Tasqua” es una palabra muisca que alude a la “mutación”. Para los muiscas, la sangre es circulación constante, natural, viva. En esa medida, esta obra conecta con un proceso de fluir tras la búsqueda de un camino a la sanación.
La pared de la galería sostiene a Tasqua. Las horas de los enfermos avanzan espesamente. El cuerpo está abierto. La sangre está seca. La muerte está afuera. La vida, entre los pliegues. La ciudad oxida el hierro. La grasa baña las cicatrices. Los hospitales están llenos. La obra huele a dolores e invoca el tacto. La sangre circula al interior de los cerdos, las artistas y las abuelas.
2. Daniel Jiménez (Primer lugar en 2021)
Nómadas
Dibujo en marcadores sobre cartón (120 x 90 cm)
Bogotá
Los objetos y la producción industrial ocupan un lugar central en los intereses de Daniel Jiménez desde sus años como estudiante de ingeniería. Algunos de sus primeros proyectos artísticos abarcan medios tan diversos como algoritmos para meditar, pieles de vacas intervenidas con la imagen de McDonald’s y bolillos policiales convertidos en juguetes sexuales como alusión al escándalo conocido como “la comunidad del anillo”. Tanto en esas obras como en la pieza ganadora de esta edición del Premio Arte Joven, la materia transformada denuncia y dialoga con la realidad usando los objetos como medio.
En Nómadas, obra finalista del Premio Arte Joven 2021, el objeto protagónico es un tapete persa. Daniel reinterpreta ese elemento cotidiano, utilizado originalmente por viajeros para dormir en el desierto durante su trasegar por el Medio Oriente y convertido en una pieza de mobiliario en los hogares de Occidente. Esta obra es una reproducción en cartón de aquellos tapetes, una réplica lograda a través de trazos en marcador sobre la superficie de la caja de un televisor.
La obra no solo conecta con el carácter nómada del pueblo persa, sino también con el viaje permanente que viven los objetos en la actualidad: el comercio global hace que los artículos sean también nómadas y el cartón es una especie de uniforme que visten todos esos viajeros desde maquilas hasta bodegas y desde esas bodegas hasta las manos de los compradores. La referencia para este tapete es tomada de Amazon, donde Daniel trabaja como programador; desde ese lugar virtual es testigo permanente de esa transacción que virtualiza los objetos y después los lleva a casa embalados en cartón.
3. Camila Arévalo (Segundo lugar en 2020)
Barbarroja
Performance, registro fotográfico y vestigio de vello facial (10 piezas de 32 x 48 cm)
Ibagué
¿Dónde comienza el cuerpo? ¿Hasta dónde se extiende? ¿El cuerpo opera como factor determinante de nuestra identidad o como el principal medio de expresión de la misma? ¿Es la piel solo una frontera entre el adentro y el afuera o también el plano que delimita lo que realmente somos y lo que otros ven?
En su obra Barbarroja, finalista del Premio Arte Joven 2020, Camila Arévalo transgrede su propia piel y extrae del interior restos vivos de su cuerpo, ajenos a su identidad. En este performance, la artista de Ibagué extrae su vello facial con una pinza depilatoria. La acción, a la vez violenta y delicada, deja en la piel un rastro de sangre e irritación que traza la silueta de una barba enrojecida, pero ausente: una barba sin barba, una piel desnuda que exterioriza la disforia de la artista hacia sus rasgos masculinos.
Aunque Camila hizo un registro audiovisual de esta acción performática, el formato de la obra expuesta en la Galería Nueveochenta está conformado por una serie de nueve stills tomados del video y dispuestos a manera de secuencia fotográfica. La décima pieza que conforma Barbarroja es un dibujo trazado con el vello facial de la artista. La decisión de presentar el performance de manera documental y la de elegir imágenes fijas en lugar de movimiento dan cuenta de su relación con el cuerpo y el espacio, y tienen una clara intención plástica y conceptual.
Camila llegó al performance después de haber transitado por técnicas tradicionales como el dibujo y la pintura, formas de representación de la realidad. Pero cuando se adentró en el trabajo con el cuerpo, su forma de ver y relacionarse con el mundo cambió totalmente. “Desde entonces, el arte ha sido central para entenderme y conocerme. A mí no se me da la puesta en escena pública de una acción, para mí es algo que ocurre en mi privacidad. En este caso, se trata de una acción cotidiana e íntima que comparto a través del registro documental. La última pieza de Barbarroja es un dibujo hecho con fibra capilar, con tejido vivo dispuesto sobre una hoja de papel. Son los restos de una persona que sigue viva; vestigios de un cuerpo masculino, separados de mí”, afirma Camila.
El tema del género es transversal a su obra, pero su acercamiento al mismo ha evolucionado con los años: “Ahora estoy en una búsqueda más allá de la dualidad hombre-mujer, mi pregunta actual es por la identidad, incluso la disolución de esa identidad asociada con el binarismo del género”, afirma. Barbarroja fue concebida durante la cuarentena, mientras estaban vigentes las medidas de pico y género, y esta pregunta forzosa por cómo aparecemos ante los ojos de la sociedad fue uno de sus detonantes. “El Estado daba a la ciudadanía la potestad de definir qué es un hombre y qué es una mujer, a partir de las construcciones tradicionales de estos roles. Yo traté de cuestionar esa imposición exhibiendo las marcas en mi piel enrojecida. Eso me confrontó de nuevo con la certeza de que mi imagen no es mía, sino de quienes la están percibiendo”, recuerda la artista.
El nombre de la obra no solo obedece de manera textual a esa cara enrojecida de la artista. Se trata también de un juego con las connotaciones viriles asociadas a ese nombre genérico que se ha atribuido a distintos personajes históricos: un corsario otomano, un emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y una egresada de la Universidad del Tolima. Los dos primeros: machos, conquistadores, con abundante pelo rojo en la cara; la tercera: huesuda, delicada, en una búsqueda por responder preguntas y disolver prejuicios a través de su cuerpo.
4. Raquel Sofía Moreno (Primer lugar en 2022)
No control
Acrílico y pasteles grasos sobre lienzo (184 x 184 cm)
Bogotá
Mujeres a puerta cerrada, mujeres que sudan, tienen pelos, sueltan pedos, desean, odian, aman, sangran. Raquel no está sola, una cohorte de mujeres la acompañan y aparecen en cada uno de sus retratos, ellas son la inspiración, la motivación y la proyección de la identidad silenciada de esta artista bogotana.
Para llegar a ellas, Raquel ha tenido que entregarse a un doble ejercicio, primero de intimidad y después de desdoblamiento. Una puerta separa a Raquel de esas mujeres y a esas mujeres de sus pinturas.
Fuera de su espacio, al momento de usar las palabras, Raquel es tímida, su voz tiembla, su mirada es huidiza. El lenguaje con el cual se siente cómoda es otro: al cerrar la puerta, entre acrílicos, pasteles grasos, lápices y marcadores, Raquel es otra, es otras, es muchas.
Algunas están inspiradas en la literatura, otras en la música, en grupos como Pixies o Él Mató a un Policía Motorizado. Otras surgen de su imaginación o son amigas tutelares que la protegen y la acompañan, otras son simplemente un espejo, un espejo desnudo y franco.
La obra No control, un acrílico de casi dos por dos metros, es la manera en la que Raquel intenta recuperar el control. Otra ella; sangrante, con pelos en las tetas, en los sobacos, con los ojos rojos, sangrantes, alucinados, habla por sí misma en un momento en el cual su cuerpo rechaza los medicamentos y las hormonas están en crisis.
El cuadro de gran formato surge a partir de un pequeño dibujo que Raquel ha calcado y ampliado desde un acetato en un retroproyector.
Con acierto la artista llama a estas mujeres “dibujos furia''. Trazos sin control, fuera de los contornos; como las mujeres, los brochazos también tienen pelos, los pasteles también manchan. El gesto es fuerte, rudo. En el resultado final, todas ellas son más grandes que Raquel. La puerta de la intimidad se abre a través de la obra de Raquel Moreno. Estas pinturas nos invitan a entrar en su intimidad y liberan a todas las mujeres que son ellas, para que puedan salir y gritar en silencio.
5. Juliana Góngora (Primer lugar en 2016)
Lavanderas
Gasa, sal y agua (200 x 150 cm)
Bogotá
La sal vive. Agitada bajo la piel de los océanos es más silenciosa que cuando acaricia otras pieles y las oxida. La sal se cristaliza. Absorbe la humedad, se carga con otros pesos y obliga a los viajeros a detenerse y fundar naciones en mitad de la travesía. En la obra de Juliana Góngora la sal se levanta como un muro de cristal que es espejo de otro muro de la infancia. De esa sal viva, que es también territorio y memoria, surge la obra Lavanderas.
Mientras trabajaba en “Muro de sal”, pieza que hace parte de la serie Labor, la artista de la Universidad Nacional fue testigo de la transformación de sus materiales: las gasas con las cuales secaba esa pared, réplica del muro de bahareque de la casa de sus abuelos en El Espinal, Tolima, se fueron cargando con el peso de la sal y tomaron vida propia. Esas telas –ahora húmedas, cristalizadas y en incipiente oxidación– pasaron de ser un medio a convertirse en un fin: la disposición de las gasas secando como trapos al sol materializaron un homenaje a uno de los oficios de su abuela paterna, lavandera de río en el Tolima.
Ocho años después de haber ganado el Premio Arte Joven, Juliana reconoce en el proceso que creó Lavanderas una suerte de epifanía de la materia: “Las ideas no terminan con la realización de una obra. Por el contrario: un conjunto de piezas dispuestas en función de sus relaciones permite configurar un pensamiento escultórico hacia la vida”.
La sal vive. Desde 2016, la obra que hace parte de la colección de la Embajada de España en Colombia, ha continuado su mutación orgánica abrazando otros cuerpos vecinos: los clavos que han sostenido las gasas por ocho años se han integrado a ellas a través del óxido; las fibras han cedido a su peso desafiando la arrogancia del afán conservacionista; el aire de la atmósfera circundante y la respiración de los observadores han aportado un hálito húmedo absorbido por la sal. Lavanderas vive, se transforma y respira, como un animal salvaje hecho de sal y memoria.
6. Jonathan Peña (Mención de honor en 2016)
El horizonte
Óleo sobre lienzo (104 x 154 cm)
Medellín
Horizontes de Francisco Antonio Cano es una de las obras pictóricas más representativas del arte antioqueño del siglo XIX. La pareja arriera que contempla, a cielo abierto, el paisaje montañoso y exuberante parece sintetizar el orgullo paisa: un pueblo que se precia de ser trabajador, familiar y “berraco”.
Este imaginario de carriel y arepa ha sido ampliamente difundido y reproducido en diversos homenajes pictóricos. El paisaje bucólico puede ser respirado con la añoranza de tiples y ruanas, pero también abre la puerta a las sensaciones contradictorias de nuestra agitada historia: la pausa en el viaje de los arrieros bien podría ser una contemplación del futuro anhelado o un giro hacia el camino recorrido para ver el pueblo de origen del que han sido despojados.
La pintura de Jonathan Peña, mención de honor del Premio Arte Joven en 2016, sitúa a esos tres personajes sentados sobre la misma montaña y señalando con el mismo índice enfático que ha promovido el rumor de que la obra original estaba inspirada en La creación de Adán de Miguel Ángel. Lo que es radicalmente distinto, lo que reescribe la pintura y la transforma en documento, es la aparición de una serie de personajes en segundo término. La violencia, sigilosa hasta el momento del estallido, asoma con otras tonalidades de verde: una reducción dramática del horizonte.
El índice del arriero apunta hacia otra obra antioqueña de esta exposición: quizá ese viajero está mirando hacia las otras Antioquias, negras, indígenas y pobres, invisibilizadas estructuralmente y que son protagonistas de la pieza de Astrid González, situada en el centro de la sala.
7. Astrid González (Finalista en 2022)
Frigio
Instalación: video y 2 prints en papel de algodón (70 x 100 cm cada pieza)
Medellín
Esta no es una clase de historia. Pero vale la pena recordar que en 1791 François Toussaint-Louverture lideró una improbable batalla de Independencia frente a los colonos franceses. Vencieron y Haití se convirtió en el primer territorio libre en el continente americano. Repito: era un triunfo improbable. Los franceses tenían armas, habían efectuado el tránsito de la colonización simbólica a la material y habían impuesto una sólida estructura política; pero no contaban con dos variables que reescriben las historias: los haitianos no tenían nada que perder –preferirían la muerte antes de seguir sufriendo las vejaciones de las que eran objeto– y contaban con un líder que pensaba como haitiano y como francés.
Diecinueve años más tarde, el ejército de Simón Bolívar continuaría una secuencia de gritos independentistas con el triunfo en Colombia. Un líder mestizo, muy alejado de la inflexible voluntad negra de Toussaint-Louverture, encabezó a los criollos. Dos batallas distantes y distintas con intercambios de cartas y voluntades. Sin embargo, el símbolo es el mismo: un sombrero rojo con un ridículo aire pitufino que se arroga el significado de “libertad”. Ese gorro se llama Frigio, al igual que la poderosa obra de identidad y lucha con la cual Astrid González se convirtió en finalista del Premio Arte Joven 2022.
La obra está compuesta por un video en el cual un hombre negro se funde en humo blanco; dos impresos con los escudos de Haití y Colombia en los cuales el sombrero frigio grita en ruidoso rojo sangre sobre fondo negro; y un libro de artista con versos y cartas de nuestras siempre relativas independencias.
Antioqueña, hija de padres chocoanos, Astrid no es paisa. Esa narrativa de carriel y montaña que el pueblo antioqueño ha construido como versión única de su identidad, ha sabido invisibilizar la presencia indígena y a la inmensa población negra del Urabá. Antioquias, en plural, fue el nombre con el cual la venezolana Nydia Gutiérrez inauguró su gestión como curadora del Museo de Antioquia en 2018. Un reconocimiento estético de la diversidad silenciada. Esta no es una clase de historia, pero no está de más escribir que esa curaduría buscaba arrojar luz sobre lo obvio, sobre lo que para muchos es antropología, literatura o arte, pero que para cientos de miles de antioqueñas, como Astrid, es biografía y conciencia de la invisibilización.
Ese humo que todo lo blanquea en su video ha estado presente en Antioquia desde mucho antes de que ella naciera y sigue ahogándolo todo, tratando de ocultar lo inocultable. En palabras de Astrid: “Las experiencias de racialización me llevaron a preguntarme por qué pasaban estas cosas. Las lecturas de antropología e historia abrieron el camino. Luego me acerqué a grupos de jóvenes afrodescendientes que estaban en las mismas búsquedas y llegué a las artes visuales como camino de expresión”.
El poder de lo simbólico es la única fuerza capaz de crear la ficción de una patria. El poder de lo simbólico es también lo único capaz de apaciguar la voluntad de un pueblo, incluso más que las torturas y las armas. El poder de lo simbólico es, sin exagerar, capaz de convertir un poema disparatado de Rafael Núñez en júbilo henchido a todo pulmón en un estadio lleno de gente contemplando a un ejército de futbolistas al borde de la eliminación. No está de más recordar que el poder de lo simbólico es capaz de muchas cosas, pero no de convencernos de que un sombrero rojo significa libertad en este pueblo que niega lo negro y lo indígena y que perpetúa la esclavitud mental. Pero esta no es una clase de historia.
8. Doreiby Perafán (Primer lugar en 2023)
Cogerle corte
Instalación: 120 mazorcas de cerámica y ameros
Aguas Regadas, Los Milagros, Bolívar, Cauca
La idea del territorio suele alternar entre lo vasto de una región y lo muy local e íntimo de una vereda. En el caso de la artista Doreiby Perafán, la parcela en la que vivió hasta los once años en la vereda de Aguas Regadas es el lugar donde se encuentran las raíces de su familia campesina. El inmenso y agitado Cauca –uno de los departamentos con mayor diversidad negra e indígena y con una capital que se precia de ser “la ciudad blanca” de Colombia– es el marco más amplio en el cual se viven las tensiones de una historia violenta, la ilusión de un océano negro de sal y viche, y la expresión cultural y de resistencia de pueblos como los Misak y los Nasa. La pregunta por el territorio suele ser un cliché, la respuesta en el caso de Doreiby es larga, metafórica, labrada en maíz y barro.
La instalación Cogerle corte está compuesta por 120 mazorcas hechas en cerámica. Los granos arrancados de cada una de estas tusas trazan una línea que reproduce el comportamiento estadístico de las importaciones de maíz a Colombia. El territorio es inevitablemente identitario, pero también político y, por supuesto, económico. Estas facetas se nutren en esa tensión constante que define las realidades de regiones tan complejas como el Cauca.
El título de la obra es una expresión campesina que el papá de Doreiby siempre ha usado para referirse al trabajo de la tierra: cuando hay mucho que hacer, es necesario hacerlo por partes, cogerle el corte. El dispendioso trabajo de cada una de las cerámicas tiene para Doreiby una dinámica similar a la de la tierra: “He querido relacionar el trabajo del campesino también con el proceso artístico en la medida que cada uno trabaja con lo que está dentro de sus posibilidades. A veces el campesino carece de herramientas sofisticadas y tiene que utilizar lo que tiene en sus manos para crearlas. Yo creo que el artista lo hace de la misma manera”, afirma la artista de origen indígena.
Doreiby hace parte de una camada de artistas formados en la Universidad del Cauca, cuyas motivaciones, problemáticas y soluciones formales dan cuenta de procesos formativos, de las dinámicas de la región y del diálogo creativo entre ellos. Diego Vergara, también finalista de esta edición de Arte Joven, refleja intereses y materialidades similares en su obra Chacra y boñiga; Julieth Morales, artista misak y finalista de la edición anterior del premio, da cuenta de su tradición indígena a través del tejido. Los tres han coincidido en el espacio académico y han tenido en común referentes y maestros como el profesor Jim Fankugen.
Cada una de las 120 mazorcas de cerámica está prendida de su respectivo amero: la hoja orgánica se encuentra con el barro moldeado y horneado para ser colgadas en lo alto, lejos de la tierra. Desde ahí, la línea de granos ausentes exhibe el absurdo de un país en el cual se siembran vastas plantaciones de un producto que también se importa de manera creciente desde 2007. A dos metros de altura, estos cuarenta kilos de mazorcas cerámicas rinden homenaje a las raíces de una artista yanacuna de solo 21 años.
9. Jahirton Betín (Segundo lugar en 2022)
Caracoles de no colores
Instalación: piezas en carbón vegetal y resina
Santa Marta
Jahirton investiga las problemáticas medioambientales asociadas con su territorio: el Caribe colombiano, entre la Ciénaga Grande y la Sierra Nevada de Santa Marta. De acuerdo con lo que afirma en sus statements, en la obra del artista costeño los ecosistemas de la región y la fauna son protagonistas y recrean composiciones que aluden a lo cinematográfico, a filmes distópicos y a criaturas gigantes.
Creció en Santa Marta. En esa ciudad, sus ojos se nutrieron con los paisajes improbables abiertos entre la exuberancia de la Sierra y la amplitud del mar Caribe. Simultáneamente, sus manos fueron conociendo el tacto de pinturas, dibujos y fotos en el taller de marquetería que su padre, Alfredo Betín, tenía en la Avenida El Libertador, en el centro histórico de la samaria. Cada tanto, Jahirton heredaba las cámaras análogas obsequiadas por los fotógrafos clientes, los papeles finos que sobraban después de un corte y los trozos de madera que definían los límites materiales de obras ajenas, años antes de que empezara a enmarcar las suyas.
Entre la marquetería del padre y la concreción de la obra propia, faltaba la mediación de la academia. Los primeros acercamientos tenían el erotismo y el cuerpo como tema, y el carboncillo y los acrílicos como materiales. Sus años en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico ampliaron el espectro técnico y los referentes estéticos que ya le habían presentado maestros y amigos como el profesor Wilmer Martínez de la Universidad del Magdalena. Fue así como las impresiones frente a ese océano tachonado de heridas negras se convirtió primero en una pregunta terca, después en un proyecto de grado y finalmente en la obra que fue finalista del Premio Arte Joven 2022.
Durante los años noventa, la vía entre Santa Marta y Barranquilla era un bosque de esqueletos. Las obras de la carretera habían desequilibrado la salinidad y el horizonte oceánico se había llenado de árboles muertos que se secaban junto a pueblos palafíticos tan miserables como el paisaje. Era una evidencia ante los ojos de todos; la contraparte inocultable del impacto silente que a pocos kilómetros generaban las multinacionales extractivistas del carbón colombiano. Jahirton vio los cadáveres de los árboles tantas veces y empezó a reparar en el invisible efecto de la minería bajo las aguas.
Su obra Caracoles de no colores reúne carbón mineral y resina para conformar una instalación que emula conchas marinas teñidas de negro sobre vestigios de la labor minera que ha desangrado las costas por décadas. La instalación está dispuesta sobre el suelo, entre la aleatoriedad de lo ambientalmente incontrolable y la meticulosidad de lo plásticamente premeditado. Una naturaleza muerta, negra y Caribe. Un reflejo opaco de lo que nunca será visible.
10. Daniel R. Blanco (Segundo lugar en 2023)
Primer trueque o embarazo cardíaco
Oleo sobre tela (200 x 170 cm)
Chía, Cundinamarca
El primer golpe de vista responde a la potencia cromática y las dimensiones de la pintura. El lienzo de 2 metros de ancho y 1,70 de alto captura la mirada de los espectadores: los personajes que habitan la pintura desafían al observador con sus cuerpos en intensos tonos magenta. Rodeados de vegetación propia de la región del artista, estos cuerpos en el límite de lo antropomorfo disponen sobre la tela una tensión entre lo natural y lo antinatural, entre la figura incómoda y el fondo familiar.
En el caso de este artista bogotano radicado en Chía, aquello que se considera natural es precisamente el paisaje verde que rodea su espacio de trabajo; lo antinatural, lo que intenta conjurar con esos cuerpos sobre el lienzo, es un lugar en el cual se reconoce, pero que desde afuera es negado y declarado por muchos como inaceptable: la identidad cuir.
Como en cada uno de sus proyectos artísticos, Daniel parte de una minuciosa revisión bibliográfica y, posteriormente, explora referentes visuales, pictóricos en este caso. Para abordar la pregunta por la naturaleza y la diversidad encuentra entre sus fuentes claves las lecturas de Brigitte Baptiste y Donna Haraway. Obras anteriores del artista, como Metallum Lignum y Acuario también buscan superponer, o reponer, lo natural sobre lo cultural y revertir o disolver esas fronteras que le resultan excluyentes.
A partir de esa mirada transhumanista y cuir, el artista emprende un viaje hacia otros horizontes documentales y estéticos. Siglos atrás, se encuentra con los Diarios del descubrimiento escritos por Cristóbal Colón y con las impactantes pinturas de monjas coronadas del Barroco, obras del siglo XVII, durante el periodo virreinal. En estas últimas, el erotismo y el dolor comparten los mismos cuerpos y, en particular, el corazón sangrante y en llamas, símbolo del Espíritu Santo tanto entonces como ahora.
La segunda mitad del título de la pintura, el “embarazo cardíaco”, remite justamente a la posibilidad de concebir desde un cuerpo no fecundado, como María en la inmaculada concepción. La primera mitad, “el trueque”, la complementa en un binomio que armoniza lo transhumano, lo cuir y la aspiración de parir, como una búsqueda de reconocimiento del propio cuerpo como algo capaz de generar vida y en esa medida ser reconocido como parte orgánica de la naturaleza. La herida abierta en el pecho es el lugar desde el cual Daniel le otorga al corazón la capacidad de parir a esos hijos que rodean el cuerpo central, autorretrato involuntario del autor. Esas réplicas son sus hijos –sus obras–, la primera camada de una nueva naturaleza, solo posible a través de la imagen.
11. Francisca Jiménez (Primer lugar en 2020)
Esta no es una historia sobre China
Video monocanal (15:40 min)
Bogotá
Un camión de mudanzas es interceptado y asaltado en la vía a Tumaco cerca del año 2005. La familia de la artista Francisca Jiménez Ortegate pasaba esa época entre un trasteo y otro, siguiendo los pasos de su padre militar. Para entonces, ella tenía apenas 12 años. Meses más tarde recibieron una caja enviada por las Farc: adentro había un montón de fotos familiares, que se convertirían en la materia prima de la obra Esta no es una historia sobre China.
A partir de ese archivo, la artista bogotana va adicionando capas de significado hasta crear una pieza documental de 15:40, en la que esas imágenes de su padre cuentan una historia completamente distinta y distante: delicada, roja, ficticia, china. Una vez ha desclasificado el álbum familiar, la primera capa que Francisca añade es plástica: cada fotograma está sutil o ruidosamente intervenido, alternando entre revelar y ocultar detalles a través del fotomontaje. Después se suman las capas narrativas: por un lado, el material originalmente inconexo es organizado a través del montaje para estructurar un relato coherente; y por el otro, la voz en off de Bo Jie Huang relata en chino tradicional una ficción tan improbable como seductora: una truncada historia de amor nacida durante la invasión militar colombiana a China.
La historia inventada transcurre durante los años ochenta. La forma en que está contada, desde la voz femenina que encarna el arquetipo anacrónico de la doncella oriental, recuerda a Hiroshima, mon Amour o a la ópera Madame Butterfly. El recurso del archivo familiar para una recreación documental con tintes históricos hace eco de películas como No intenso agora de João Moreira Salles. Sin embargo, esta pieza no es una cosa ni la otra: la memoria histórica está viva desde el horizonte familiar, pero lo que esas fotos contenían antes de ser reinterpretadas, intervenidas y resignificadas corresponde a una realidad ajena. La fotografía tiene la capacidad de capturar un instante, la edición tiene el poder de reescribirlo.
El relato escrito por la artista también reúne fragmentos de las historias que su padre le ha contado muchas veces. La China del video está conformada por imágenes de Vietnam, Japón, Singapur, Colombia y China misma, país que su padre conoció durante un entrenamiento militar a bordo del Buque Gloria. El anecdotario de varios militares nutre la voz de la narradora: el personaje observa a este hombre desde sus ojos inexistentes y recrea en cierta forma la manera en que los ojos grandes de Francisca ven a su padre. “Creo que la ficción es una de las herramientas que tenemos para entender la realidad. Todo para mí es una ficción, una reconstrucción. La historia, con mayúscula, también lo es: es un conjunto de ciertos hechos y ciertas imágenes montados por un grupo de personas, es una construcción social. Me gusta jugar con lo que es supuestamente imaginario y con lo documental, que supuestamente es la verdad, pero también es una invención, una ficción, que depende de quién haga el montaje”, afirma la artista.
Esta no es una historia sobre China, pero sí es una historia china y colombiana. Es el testimonio material de un conflicto que se ha transformado en un territorio latinoamericano, es la reinvención de la memoria histórica desde un juego cómico con la ficción, y es el registro de un país remoto al que se pretende conquistar, al menos estéticamente. El video es rojo, como China y como el corazón de esa artista a la que su padre militar llama con cariño “mi hija, la comunista”.
12. Daniel Castellanos Reyes (Primer lugar en 2013)
La actualidad ilustrada
Serigrafía de Beatriz González intervenida con vinilo reflectivo tipo espejo y moho (72 x 67 cm)
Bogotá
Una pareja posa en colores pastel. Adivinamos un vestido de sastre, un traje de gala de marina, una disposición física propia de fotografías sociales. Tenemos ante nosotros una impresión burlesca de factura pop. La obra toma su título de una sección de la revista Cromos, en la que aparecía la actualidad, lo ilustrativo, los ilustres protagonistas del presente. Pero la obra ha sido transformada, algo no corresponde. En los rostros de los personajes, los espectadores se ven reflejados.
“[La obra] sigue la dinámica de los objetos encontrados”, explica Daniel Castellanos Reyes, ganador del primer lugar en la edición 2013 del Premio Arte Joven con esa serigrafía intervenida. “Rescaté esta obra de Beatriz González de una construcción de un espacio de oficinas. Al parecer la obra fue olvidada por su anterior dueño y estuvo almacenada en un baño por 10 años sin ningún tipo de cuidado de archivo. Al rescatarla reconocí su importancia y quise darle una nueva vida, dado que estaba estropeada por el tiempo y por la descomposición de sus materiales. Jugué un poco con el título real de la obra y quise hacer una reinterpretación ajustada al momento de mi creación con las recientes redes sociales como Facebook.”
Castellanos intervino aquella obra de modo que los rostros de la princesa Ana y el Capitán Mark Phillips fueran espacios reflectivos para que el espectador de la obra pudiera jugar con los retratos “como si jugaran con sus fotos de sus perfiles o como si fueran un filtro”.
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