La decadencia del piropo
as frases ingeniosas que hacían parte del coqueteo callejero hechas con humor y respeto ahora son un hecho fortuito, entrado en desuso como medio de galantería y conquista. El cortejo de los don Juanes de acera y de los rudos de albañilería que aflojan palabras lascivas sin gracia alguna o que escupen frases chabacanas, desde el piso quinto de un edifico esquelético, cada vez que ven una vieja buena –que no es lo mismo que bonita– es lo que queda de la desgastada y rústica práctica del piropeo. La frase ingeniosa, que no causa repulsión ni malestar, sino que provoca una sonrisa e infla la vanidad, es cada vez más escasa. El piropo ha pasado a ser a veces un acoso solapado que provoca rabia y otras una insípida frase que es mejor ignorar.
El verbo piropear es aceptado por la Real Academia de la Lengua en 1925, pero la práctica es antigua. Aparecen tres significados a la palabra piropo: piedra fina de color rojo fuego; rubí o carbúnculo y lisonja, requiebro (Lisonja: Alabanza afectada, para ganar la voluntad de alguien. Requebrar: Lisonjear a una mujer alabando sus atractivos). No dice nada. Lo uno es lo otro. Viene del griego pyros que significa fuego. El piropo es una composición espontánea cuyo objetivo es halagar a la mujer. Las frases hacen referencia únicamente a la apariencia, aunque los memorables son los que apuntan más allá y demuestran una observación aguda, halagan la particularidad de carácter como la famosa frase de García Márquez: “Ninguna persona merece tus lágrimas, y quien las merezca, no te hará llorar”. Pero esencialmente el piropo surge de la atracción sexual por el cuerpo que puede generar caricias o golpes con la palabra.
El piropo es una forma de representación del deseo que hace parte de la tradición oral popular. Originalmente, el fin del piropo no era el enamoramiento, buscaba la complacencia, era un gesto de cortesía, un simple acto de demostración afectuosa para destacar los atributos de una persona. Luego, las frases ingeniosas pasaron a hacer parte de los tips de galanteo, exaltaban la belleza y expresaban admiración por cada parte del cuerpo: los ojos, el cabello, la figura.
En la edad media tenían un tono burlesco, influenciado por las coplas de trovadores y los romances españoles, con la figura de la musa como Don Quijote de la Mancha describe a su dulcinea:“…su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas; que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve; y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sola la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas”.
En el Romanticismo, la recargada descripción de la belleza hace que en los halagos sean frecuentes los cabellos como cascadas y los ojos luminosos como estrellas. En sonetos, cartas y dichos abundan la retórica, la hipérbole y la metáfora. Un ejemplo cumbre de la galantería romántica es la obra literaria Don Juan Tenorio escrito por Juan Zorrilla sobre el libertino caballero que seduce a una novicia en 1844: ¡Oh! Sí, bellísima Inés, espejo y luz de mis ojos, escucharme sin enojos como lo haces, amor es; mira aquí a tus plantas, pues, todo el altivo rigor de este corazón traidor que rendirse no creía, adorando, vida mía, la esclavitud de tu amor. El piropo es un desahogo impulsivo de deseo que a lo largo de la historia ha servido tanto a burgueses como a proletarios, si bien no para conquistar, sí para agradar con elogios de tono poético, burlón, en rima, tierno, vulgar. Algunos teóricos afirman que es una expresión de poder, sobretodo cuando se hace en grupo y lo que se busca es sobresalir avergonzando al otro y poniéndolo en una posición de inferioridad al poseerlo con la palabra. Con el tiempo el piropo se convirtió en una práctica callejera cotidiana, espontánea para halagar la belleza.
En la actualidad la estigmatización del piropo ha llegado al absurdo de considerarse un acto de agresión verbal y de violencia de género que cosifica la mujer, semejante al acoso sexual. Indudablemente hay comentarios burdos, acompañados de gestos que son ofensivos, pero ¿esas acciones cuentan como piropo? Esa clase de comentarios que nada tienen que ver con la condición de halago del piropo constituye un acoso callejero que ultraja la dignidad. Claro, hay piropos de obrero inofensivos que tienen gracia, en eso incluyo el “psss, psss mamacita”, pero el punto no está en el quién, sino en el qué y el cómo. El piropo tiene cada vez meno aceptación y el “piropeador” ya ni siquiera espera respuesta, suelta el comentario como un simple acto de satisfacción personal. Así que aquella costumbre traviesa del piropo como parte del coqueteo callejero hecha con humor y respeto ha pasado a ser un hecho fortuito, que está en desuso como medio de galantería y conquista.
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