Tu primer año de vida, mi primer año de madre
Mamá Milenial escribe esta carta a Nicolás, su hijo, en su primer cumpleaños. Una confesión de amor y miedos; un repaso afectuoso por los aprendizajes, errores y dudas; una mirada esperanzada hacia el futuro a partir de un momento incierto; un abrazo profundo entre madre e hijo, desde la dulzura y la fuerza.
Bogotá, 4 de abril de 2020
En un duelo podemos llegar a ser muy egoístas, hasta el punto de darle un sentido de vida, un objetivo, a un ser humanx, como si este nos perteneciera. Yo lo hice contigo. En el mismo día que la prueba de embarazo dio positivo, hice cuentas: si todo salía bien, ibas a nacer la primera semana de mayo. ¡La misma semana que Papi Héctor! ¿No te parece demasiada casualidad? A mí sí me lo parecía y por eso seguí cultivando, por muchos meses, la idea de que eras un reemplazo de él. Incluso, si tú papá me lo hubiera permitido, no te llamarías Nicolás sino Héctor. Menos mal no me dejó. Te decía que soñaba con conocerte el primero de mayo, su cumpleaños; pero no, tú no estabas dispuesto a sustituir a nadie, tú sabías que no venías al mundo a complacerme a mí. Terminaste naciendo el 10 de abril, tres semanas antes de lo anhelado porque yo estaba teniendo contracciones aunque no sintiera ningún dolor (algo que no suele pasar), contracciones que terminaron en una cesárea antes de que estuvieras listo para nacer. Por eso tus primeros nueve días de vida estuviste en una cuna de hospital y no en la cama que teníamos armada para ti al lado de la nuestra.
Cuando pienso en el día de tu nacimiento, me siento triste. Cuando pienso en que vas a cumplir un año, también me siento triste. Me es difícil celebrar que hace un año te sacaron de mi vientre y que a raíz de una cesárea aceptada y deseada tu pecho se hundiera tanto que se veían tus costillas y no pudieras respirar solito, sin ayuda de un ventilador. Eso que te pasó se llama taquipnea transitoria del recién nacido y suele suceder cuando se realiza una cesárea sin trabajo de parto previo, como la mía, y a bebés que no están listos para nacer, como tú. Yo sé que no soy menos madre porque no te haya parido, porque haya preferido una cesárea, porque tuviera miedo de las contracciones, el dolor, que inevitablemente iba a sentir, y tu salida por mi vagina. Sin embargo, quisiera devolver el tiempo y darte la bienvenida de otra forma, una en la que tu vida no hubiera corrido tanto peligro. Y no, no satanizo las cesáreas, ellas salvan vidas cuando son necesarias, pero lo que no sé es si contigo lo era. No tengo cómo saberlo y poco a poco he ido aprendiendo a convivir con esa incertidumbre e incluso culpa.
Desde el primer día me diste lecciones: 1: no ser tan controladora. 2: no ser tan acelerada. 3: no ser tan renuente al cambio. ¡No te imaginas lo duro que me dio tenerte en casa! Mi vida se transformó de la noche a la mañana y todas mis certezas se cayeron al piso y se quebraron como si fueran de cristal. Un día estaba dándote teta, en la madrugada, con las ojeras más grandes que había tenido en mis 27 años, con el cansancio físico y mental de una recién madre que no ha dormido más de dos horas seguidas y cuyo día se ha convertido en un carrusel que gira y gira en el mismo espacio, una y otra vez, en una monotonía eterna e insoportable. En ese momento me di cuenta de que mi vida no iba a ser como antes (es obvio pero una no dimensiona la maternidad hasta que la vive) y esa nueva certeza me partió en dos. ¡Yo ya no iba a ser la de antes! Qué doloroso para una persona que no es capaz de mover los muebles de su casa porque odia los cambios. Y tú, mi amor, pegado a mi teta, tan pequeño e inocente, recién llegado al mundo, sin saber qué pasaba, tenías a una madre confundida que no sabía nada de ser mamá. ¿Pero es que acaso se puede saber? ¿Es posible prepararse para esta revolución? No, hijo, a ser mamá solo se aprende sobre la marcha y por más libros, artículos, tutoriales, videos que consumiera en el embarazo, es inevitable equivocarse y sentir, en cada momento, que se está haciendo todo mal.
Pero te juro que me esforzaba, intentaba entenderte, saber por qué llorabas, qué pasaba por esa cabecita tan pequeña e indefensa. Te juro que si en algún momento te hice sufrir no fue adrede, todas hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Y yo tenía mucho y a la vez muy poco. Tenía mucho miedo e incertidumbre y muy poco conocimiento y paciencia. Yo creía que cuando nacieras lo único que ibas a necesitar era un estómago lleno, unas nalgas limpias y secas y un sueño reparador. Nunca se me pasó por la mente que lo que más ibas a querer era mi contacto, mi piel, mis brazos, es decir, a mí. Y tampoco creí que yo te iba a necesitar de igual manera. Vivimos en una sociedad que ve a los niñxs como si fueran robots y cuando nos damos cuenta de que no lo son, de que tienen emociones que a su vez son necesidades, no sabemos qué hacer. Ojalá cuando leas esta carta eso haya cambiado y el mundo sea más niñocentrista, ojalá haya más empatía hacia la naturaleza, otras especies y, por supuesto, niñxs y bebés, que seamos capaces de entender que lo emocional es tan valioso (o más) que lo racional. Que el apego entre madre e hijx no tiene nada de malo, que es una dependencia normal y que si un bebé no está apegado a su madre, ¿entonces a quién lo va a estar? Esas son otras de las cosas que me has enseñado: a resignificar el concepto de libertad y a reconocer que las emociones son una forma válida de expresión.
La verdad, hijo, es que soy una persona fría. Me ha costado dar amor. Me ha costado recibir amor. Mis relaciones las saboteo y cuando me veo muy comprometida salgo huyendo. Y esto aplica tanto para mis relaciones de pareja como familiares. Tal vez si tú no hubieras llegado, ya no estaría con tu papá, al verme tan comprometida, al sentirme tan amada, al amar tanto, al ser tan feliz. Y aunque en momentos horribles donde me siento estallada he querido mandar a nuestra familia (incluido a ti) a la mierda, no imagino mi vida sin ti y sin tu papá. Con tu existencia, lo emocional ha tomado otro significado, sentir ya no me hace pensar en debilidad.
También me enseñaste a no cumplir expectativas poco realistas sobre mí y mi maternidad. Solo tú y yo sabemos qué necesitamos el unx del otrx, hasta donde puede dar cada unx. Yo, por ejemplo, no te puedo dar una lactancia a libre demanda, amor, la que los libros, las asesoras y la Organización Mundial de la Salud, dicen que debo seguir ofreciendo si quiero lo mejor para ti. Lo siento por la OMS y la asesora que me ayudó a tener una lactancia exitosa, pero ellxs no están dando teta por mí, así que a los seis meses dejé de alimentarte de noche (con la debida aprobación de la pediatra y nutricionista) y a los diez meses ya no te ponía la teta en la boca para que te callaras cada vez que te desesperabas y me desesperabas. Ahora tenemos una especie de horarios y yo me siento más tranquila de saber las horas en que mi cuerpo es mío y no tuyo.
Te confieso que a veces me siento culpable por no ser como las mamás que quieren que su hijx se destete naturalmente (lo que sucede entre sus dos y siete años), que están dispuestas a mimetizarse en su bebé hasta que este tenga muchos años de vida, a no despegarse de él o ella, a no tener niñerx, a renunciar al trabajo para pasar con su hijx todos los días, a respetarle el desarrollo normal del sueño, pero yo no soy así. Esa no es la mamá que te tocó. Para mí muchas de esas cosas serían un sacrificio y me niego a que la palabra “sacrificio” defina nuestra relación. Y sin embargo te amo. Agradezco a la vida que hubieras llegado a cambiarme. A darme luz. A retarme. A liberarme. Nicolás, no puedo prometer ser la mejor mamá del mundo porque estoy segura de que fallaría en una empresa tan improbable, pero sí a que cada día me esforzaré por intentar que tu infancia sea feliz, así cuando grande no la recuerdes. ¿No te parece muy injusto que olvidemos nuestra niñez, que al mismo tiempo son los años más duros en el trabajo de la crianza para los padres? A mí sí. Aunque tengo la esperanza de que tu papá y yo hagamos algunas cosas bien para que cuando crezcas puedas decir que tu infancia, en general, fue linda y que estuvimos ahí para ti. Algo que muchxs no podemos decir.
Feliz primer año de vida, Nicolás. Cumples en plena pandemia, aislamiento social, cuarentena obligatoria, entre el miedo colectivo por una enfermedad que no entendemos muy bien. Cumples tu primer añito en un momento en el que la maternidad y la paternidad pueden ser una locura, pues seguimos llenando de humanxs un planeta que no deja de gritar que no nos aguanta. ¿Pero esa es razón para inhibir ese deseo de maternar que a algunas mujeres nos quema por dentro? No lo creo. Pienso que hay maneras de vivir la parentalidad de una forma sostenible, y por eso espero que cuando crezcas hayamos aprendido un par de lecciones y tengas agua que beber, aire que respirar, planeta en el que vivir. No sabemos qué va a pasar; como cuando Papi Héctor murió o tú naciste, no tenemos el abril de las películas, el de la bella primavera, pero a tu papá y a mí nos llena de tranquilidad la certeza de que en unos pocos días estaremos los tres juntxs comiendo de tu pastel de cumpleaños.
Te amo, Nico.
Mamá.
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