Los mundos de Clayman, un ilustrador que no dejó de jugar
Mateo Montoya construye pequeños escenarios con su asombro y amor por la nostalgia. Muy cerca del recuerdo de la infancia y la experimentación manual y material, las manos de Mateo dan forma a pequeños universos tridimensionales que se vuelven después fotografía e ilustración. Aquí una mirada íntima a su trabajo.
Clayman, seudónimo del artista vallecaucano Mateo Montoya, comparte su trabajo con más de 70,000 seguidores: personajes de porcelanicrón creados y grabados en su taller, espacio sagrado para la composición de cada encargo o proyecto personal. Como un mantra, desde su infancia Mateo recuerda que "no necesita ser un experto para ser un gran artista", frase del memorable Rui Torres, antiguo presentador de Art Attack, y a quien en la actualidad sigue considerando un referente y maestro presente en su trabajo.
El proyecto de Clayman no es exitoso en redes por una cuestión de suerte, sino por la calidad de sus obras, tanto en forma como en contenido. Entre sus publicaciones más virales se encuentra el homenaje a Rui Torres con un millón y medio de vistas y casi 200,000 me gusta. En este, graba el "making of" del proceso: como un recuerdo, en un pequeño televisor proyecta una escena de Art Attack en la que Rui Torres se despide y luego recrea la escena con los personajes para autorretratarse de niño, recreando el tutorial del famoso programa.
El retrato de Nina Simone tocando el piano afuera de una desgastada casa es otro de sus proyectos más significativos. En este buscó representar la libertad en la obra de Nina y su interpretación. En su trabajo también sobresale la portada de "Tierra De Promesas", sencillo de Josean Log y Maréh; o las ilustraciones para "Canelones", cuento y miniserie del escritor argentino Hernán Casciari. Reconocimientos varios a su obra que lo han llevado a participar como invitado en festivales como el Festival de Diseño del Pacífico, el Festival Ilustropía y el Latin American Design Festival 2024 en Perú.
Clayman comenzó a ilustrar desde que tiene memoria, sus recuerdos se remontan a las tardes en Palmira en las que Disney Channel, Cartoon Network y Nickelodeon formaban parte de su rutina escolar, principalmente Art Attack. Tras la separación de sus padres, Mateo encontró en el dibujo y las manualidades un lugar seguro para sobrellevar la situación.
Este "juego manual", como él lo llamaba, para experimentar con materiales y crear, tomó una connotación más formal cuando ingresó a la Universidad del Valle a estudiar Diseño. "Yo decía: 'bueno, me gusta crear cosas a mano', pero hasta ese momento eran solo manualidades; o sea, no trascendían ni tenían ninguna etiqueta como ilustración o arte, solo sabía que me gustaba utilizar las manos para crear cosas, [y] lo más cercano fue diseño", menciona Clayman sobre su odisea para encontrar una carrera que no lo alejara de su sueño.
Si bien Rui Torres fue su primer gran maestro, la academia le presentó referentes que formarían su criterio agudo y jocoso sobre el arte. Dándole señales e inspiración sobre su propio estilo, entre estos destaca a: Stefan Sagmeister, diseñador gráfico austríaco quien juega con la abstracción del diseño más allá de los vectores digitales; Isidro Ferrer, ilustrador y diseñador gráfico español; Michel Gondry, director de cine francés; y Alexander Calder, escultor estadounidense y pionero de la escultura cinética.
Calder tiene una mención especial en su carrera, pues le recordó que el juego es el principal detonante de la creatividad. “Lo que más me gusta de Calder es que el tipo se ve que disfrutaba tanto creando. Nada que ver con esos artistas que se les ve esa prepotencia, ese ego de los artistas que quieren parecer inteligentes… El tipo jugaba y tenía un circo con muchos personajes, con sistemas autómatas y se ponía a jugar en el piso mientras el público tomaba y fumaba, una locura”, cuenta Mateo mientras enseña su tatuaje de Calder.
En sus comienzos, mientras descubría su estilo, Clayman comenzó a moldear personajes completamente en porcelanicron, desde su estructura hasta los detalles como el cabello y las prendas, pero algo le faltaba: los personajes eran planos, tiesos, chuecos y sin mucha gracia.
Las texturas, los olores y los colores son fundamentales en la obra de Clayman, pues sus sentidos son quienes lo guían en su trabajo artesanal. Sus ilustraciones se escapan de la digitalidad, ya que son hechas a mano.
Como en la escena de Toy Story en la que restauran a Woody, Mateo añadió a sus personajes otros materiales como telas, cabuya, cartón, lana o alambre. Luego, heredó una máquina de coser que aprendería a manejar con cursos de Domestika para crearle las prendas a sus personajes. “Hacía cosas mínimas que parecen bobadas, pero que realmente hacen un cambio. Por ejemplo, cogí esmalte de uñas transparente y se lo eché en el ojo, y era muy diferente ver el personaje con el ojo como seco a con ese brillo y parecía que de verdad tenía humectado el ojo, darle vida”, explica Mateo sobre su proceso de experimentación.
La estética de Clayman es auténtica pero familiar, reconocible pero novedosa. Este estilo de figuras redondeadas y coloridas con ese guiño implícito al 2D proviene de aquellas horas viendo caricaturas en su infancia. Las características de sus personajes son pequeños préstamos a la nostalgia; por ello, muchos rasgos son tomados de programas como El laboratorio de Dexter, Las chicas Superpoderosas, La vaca y el pollito. Esto se evidencia en sus personajes de cuatro dedos con largas extremidades y ojos saltones.
Además de las caricaturas, este artista mezcla sus orígenes en su proyecto, principalmente en los colores. Su paleta está compuesta por tonos cálidos, vividos e intensos que evocan la naturaleza, la gente, el bullicio y el bochorno de su natal Palmira. “Acá estamos llenos de colores: cajas llenas de frutas, la sombrilla de las señoras que pelan chontaduro o el sol fuerte que da esa sombra dura. Entonces me doy cuenta que hasta en la personalidad que se les llegan a dar a los personajes está, porque a la larga, la mano termina siendo una extensión de lo que es uno”, añade.
Detrás de los personajes de Clayman hay todo un montaje que le obliga a no solo ser ilustrador, sino también estilista, director de arte, editor y fotógrafo. Sus escenarios están cuidados desde las luces, los materiales, la perspectiva y la edición.
En este punto también se ve impulsado a innovar, como en su ilustración de David Bowie en la que jugó con una ensaladera, luces y papeles para crear un fondo tornasol y psicodélico.
El proceso comienza en su refugio: su taller de diseño. En silencio, las líneas sobre el papel bosquejan el personaje inicial, así como elementos que acompañarán la pieza final. Sobre el dibujo, crea la estructura de la figura con alambre y papel aluminio para darle dimensión, continúa cubriendo el esqueleto con el porcelanicron, añade los ojos, la nariz y pule lentamente con los estiletes para perfeccionar detalles o añadir texturas.
La segunda parte de sus proyectos implica paciencia, ya que debe dejar secar el material por lo menos un día, para añadir otra capa al siguiente. Le sigue el turno a los acrílicos, añadiendo esos tonos cálidos característicos de su estilo, junto a las prendas, los acabados y finalmente, la maqueta con el entorno de sus ilustraciones. El tercer paso es la edición del proceso en video, las fotografías y uno de sus momentos más emocionantes: la publicación de las obras.
Si bien Mateo tiene una comunidad de seguidores, se considera a sí mismo alguien tímido para las redes sociales, además del trabajo extra que conlleva para los artistas en la actualidad. “Sería brutal solo preocuparse por crear y ya, pero ahora también uno es creador de contenido. Entonces es luchar contra el maldito algoritmo de Instagram con un determinado número de piezas para que te lleve en la buena y si no te castiga. Pero lo que he intentado es no prestarle mucha atención a eso”.
Y es que el éxito de Mateo Montoya, o Clayman, continúa construyéndose. Cada pieza, cada recorte, cada libreta con garabatos y cada mezcla de engrudo especial vibra desde su génesis con su niño interior, pues en esta obra el juego nunca termina.
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