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o hay hombres feos si se miran por segunda vez. Todo vale: un hombre con barba puede ser tan sexy como lo puede ser uno que tenga la piel suave. El torso delgado con aire de Jim Morrison tiene tantos méritos como el pecho marcado de un atleta. La sorpresa de unos ojos verdes puede compararse al prestigio de los ojos negros de un latin lover.
Y es que al hombre feo se le puede ver desde un ángulo nuevo, no impuesto por las campañas de máquinas de afeitar y desodorantes. ¿Por qué fijarse en la barbilla hundida o los dientes en fila, por ejemplo, y no en las manos, en la forma de las caricias, en la fuerza del saludo?
Por supuesto que muchas mujeres nos fijamos en el físico, pero también en cómo eso se relaciona con algo menos evidente y con la imaginación. Es decir, somos unas visionarias. Así como las manos pueden representar futuras caricias, la piel áspera puede ser síntoma de un trabajo pesado, los kilos extras anunciar un abrazo cálido en la cama o unos labios, sean como sean, el principio de un buen beso. Un solo detalle, aunque algunos lo consideren ‘feo’, puede hacernos mover algo por dentro y atraernos.
Cansadas de un mundo de producción en masa, de modelos idénticos caminando por las pasarelas, de la moda del momento, algunas mujeres exigimos la belleza de lo diferente. Diferente puede ser el feo, sí, pero también el rebelde, el que crea, el que no traga entero, el que prefiere la comodidad antes que la moda, el que decidió no pintarse las canas o no cambiar su nariz por una de porcelana.
De feos exitosos con las mujeres se han hecho varias listas. Frida Kahlo, una mujer de belleza inusual y de talento desgarrador, se fijó en Diego Rivera, un feo y mujeriego, pero sin igual en habilidades artísticas y frases perfectamente seductoras. Mia Farrow, Diane Keaton y Soon-Yi Previn se enamoraron de Woody Allen: gafas grandes, bajo, delgado, tímido e hipocondríaco, pero uno de los directores más geniales de la época, comediante, clarinetista y escritor.
Algunos hombres suelen dormirse sobre los laureles de su belleza y no hacer nada por la conquista diaria. Los verdaderos galanes son los que no creen que el enamoramiento nos dura para siempre y se esfuerzan por seducirnos, los que exploran sin pensar en la flacidez o las estrías, los que no pretenden ser correctos de tiempo completo. Es muy probable que si no les exigimos perfección física o intelectual, ellos no esperarán que tengamos el físico de Natalie Portman o el Nobel de Marie Curie. Al menos, no todos.
Así como los hombres, imagino, no quieren estar con la princesa que se desmaya cuando se pincha un dedo, las mujeres no buscamos al príncipe azul que aparece al final de la película para rescatarnos. Es más, nos podemos rescatar solas. A muchas no nos gustan los narcisistas, o los que se miran al espejo, se depilan o tienen más productos de belleza que nosotras. Sean feos o atractivos, el tema es de actitud.
Por eso, me quedo con el cazador aventurero o con el sapo que fue capaz de convencer a la mujer de que lo besara. Me quedo con el interesante, el que sabe escuchar, el que hace reír. Y no digo que se trate necesariamente de un feo. No se puede caer en la falsedad de que el menos agraciado es siempre más divertido, fiel o romántico, o de tachar a los guapos de poco inteligentes y superficiales. Mi propuesta es redescubrir el encanto más allá de la piel y también gracias a esa piel. Es decir, disfrutar a un hombre sea cual sea su aspecto.
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