C Tangana: como en la sala de la casa
Flamenco, pop urbano y reguetón se entrecruzan en las canciones de C Tangana, el músico madrileño que estará tocando el sábado 26 de marzo en el Festival Estéreo Picnic. Esta confesión de un fan entusado nos transporta a los rasgueos de la guitarra acústica y a los embates pélvicos del perreo.
¿Tú te has creído
que por ser yo bueno
puedes ir pisando
por donde friego?
Esos versos me sonaron a remedio en medio de una tusa digna de causa mayor. Mientras estaba solo y sentía que no podía estar más jodido en el mundo, en un acto de infinita caridad, el algoritmo de Spotify hizo retumbar las palmas y los rasgueos de “Los Tontos” de C Tangana y Kiko Veneno en la sala de mi casa. Esos percutivos rasgueos de guitarra flamenca, por un momento, se quedaron con toda mi atención. La volví a poner y fui a buscar mi propia guitarra. Era simple: Fa mayor, Sol mayor, Mi menor, La menor 7.
Un instante más tarde estaba sentado cantando a grito herido y tocando como un desquiciado. Era como tener al flaco Tangana y al gran Kiko sentados delante, sonriendo y cantando conmigo, como tantas veces lo he hecho con mi familia y amigos. Sentí una calidez y una cercanía con esas canciones que llevaba un buen rato sin experimentar con el pop urbano de los últimos años. Y no me malinterprete, estimado lector: canto reggaetón y trap como el que más, pero me sorprendió lo mucho que llevaba sin oír canciones de estas que naturalmente me llevaran a querer tocarlas y cantarlas, a querer hacerlo rodeado de otras voces queridas, a querer disfrutarlas desde la intimidad de mi instrumento. En medio de mi tusa, fue un momento mágico, ridículo, cursi y completamente sublime. A los pocos días, me terminé aprendiendo casi todas las canciones de El madrileño y se volvieron parte del repertorio habitual de las fiestas en mi casa. Y hoy creo que hay algo importante en eso, en que esas canciones inviten a ser tocadas y cantadas de un modo que ya no es usual en el pop de nuestros días.
Sobran los perfiles, las entrevistas y las reseñas que presentan a C Tangana como una revelación, uno de esos artistas del pop urbano que logró salir catapultado a la fama con un álbum entero como lo hizo Rosalía en España con El mal querer o Crudo Means Raw en Colombia con Esmeraldas. Es tan frecuente que se hagan artículos sobre el tema (y sobre otros artistas, con contenido y preguntas similares) que Tangana tiene una estrofa al respecto en una de sus mejores canciones.
Me ha preguntao la prensa
“Puchito: ¿cuál es la maña
sin cantar ni afinar
pa’ que me escuche toa’ España?”
Es un “Veneno”, dice la canción, describiendo un desamor como el que yo también padecía cuando me fijé por primera vez en ese álbum. Pero no lo creo. Mi respuesta a este interrogante sobre el caso de C Tangana no es que haya fórmulas hechas que garanticen el éxito de este género (como dicen los haters) o una falta de criterio del público para gustar de esas letras y pseudo músicas (como dicen los nostálgicos) o una producción extraordinaria (dicen los fans). No. Mi respuesta es que las canciones de C Tangana incluídas en El Madrileño y otras más en su versión extendida, La Sobremesa, retoman dos cosas tan increíbles como invisibles en la cultura pop de nuestros días: la historia de las músicas hispánicas, especialmente gracias al flamenco, y la intimidad hogareña que puede tener la música y su interpretación. Dos cosas que las hacen curiosamente familiares para los oídos hispanoamericanos.
Todos tenemos, más o menos, la siguiente idea: la industria le está haciendo discos con distintos géneros a sus artistas para que “peguen” en más mercados. Nos sentimos los más puristas y anticapitalistas del planeta criticando esta conducta y defendiendo la virginidad original de los géneros y las culturas. Y esto solo muestra que, de hecho, ignoramos nuestra historia. Lo que hacen las casas discográficas hoy prolonga lo que en su momento era la rica y errática deriva cultural que produjo las músicas folclóricas de las Américas, la amplia gama de ritmos que componen al latin jazz y “la salsa” y buena parte de los palos del flamenco desde tiempos del Imperio Español hasta los periodos republicanos y modernos posteriores en América Latina y los Estados Unidos. En pocas palabras, la fusión y el diálogo entre ritmos y técnicas ha sido, desde siempre, la madre de nuestras músicas; y como todo en la historia, sucede dentro de las dinámicas del poder de su tiempo.
De hecho, como explica el investigador de la cultura Ángel Quintero en uno de sus libros, Cuerpo y cultura: las músicas mulatas y la subversión del baile, fueron los navegantes y migrantes de todas las épocas que también eran intérpretes y llevaron sus instrumentos (el caso icónico de la guitarra a lo largo del Imperio Español) o los volvieron a construir (como toda la percusión africana en las Américas), los que posibilitaron el diálogo intercontinental e intercultural –porque era y sigue siendo en ambos sentidos– entre estructuras musicales, armonías, formas de interpretación, hasta comenzar a cuajar géneros y patrones reconocibles que se asentaron en cada nueva geografía. De hecho, el proceso ya era anterior al Imperio: los palos (los subgéneros rítmicos y arrítmicos) del flamenco viajaban entre regiones de la península con sus músicos a través de los campos junto a los mercaderes y los viajantes, y con el Imperio de ultramar, la riqueza rítmica que comenzó a bullir en el Caribe fue llevada a la península por Sevilla. Sorpréndase: oyendo palos distintos podemos sentir que, aunque todo suene flamenco, así como las bulerías nos suenan muy andaluzas y distantes, los tangos o la colombiana pueden resultarnos extrañamente familiares y cercanas.
El disco de C Tangana es simplemente una pequeña muestra actual de este proceso dentro de una historia mucho más amplia, una que hoy sucede dentro de las lógicas de la industria –¿y acaso qué no lo hace?–, como en su momento estuvo marcada por la economía imperial y la esclavitud o las revoluciones y la migración latina más tarde. El diálogo nunca ha sido fuera de contexto, y aunque hoy sea el resultado de una producción, la diversidad y la riqueza de El Madrileño es una maravilla que merece ser apreciada.
Vamos género por género, de los menos frecuentes a los predilectos del disco. “Demasiadas mujeres” samplea un pasodoble de Joselito, “Campanera”. “Tú me dejaste de querer” es un reggaetón tradicional con acompañamiento en cuerdas de requinto, típico de los primeros pinitos del género. “Comerte entera” es un bossa nova con coro de funk brasilero con interpretación instrumental del legendario Toquinho. “Cambia!” tiene ritmo de música regional mexicana. “Nominao” como “Hong Kong” son canciones de pop con claras marcas de rock en español, puestas a tono por Drexler y Andrés Calamaro respectivamente. También hay dos bachatas, una sensual con Naty Peluso y una de sonido más tradicional con Luis Segura, “Ateo” y “Bobo”. En onda caribeña cubana hay tres temas: por un lado está “Muriendo de envidia”, un son que se vuelve salsa (son montuno, más específicamente), con el precioso sonido de las cuerdas de un tres cubano y la extraordinaria voz de un gigante del género, Eliades Ochoa; y por el otro, aparecen dos chachachás mezclados con trap: “Te venero”, cantado con la gigante Omara Portuondo, y “Para repartir”. Finalmente, hay tres boleros: “Un veneno” –con las increíbles voces de José Feliciano y Niño de Elche– “Te olvidaste” y “Cuando olvidaré”.
A través de todos ellos, se percibe que el gran protagonista del disco es la guitarra flamenca –que acompaña con su sonoridad específica en arreglos y acompañamiento armónico todos estos géneros– y, por supuesto, el género que le da nombre. De hecho, las canciones más sonadas de El madrileño son todas rumbas flamencas en las que los rasgueos, los arreglos y punteos, además de los golpes percutivos a las cuerdas, le imprimen al disco el tono que lo distingue del resto del pop urbano reciente. Ofrece distintas apuestas. Las más flamencas son “Los Tontos”, acompañada por la guitarra y el cante del enorme Kiko Veneno, e “Ingobernable”, interpretada por los Gypsy Kings. “La Culpa” es flamenco en el cante y rock en su instrumentación, una combinación usual y brillante en la música española desde los 90 y “Yate” samplea una rumba catalana de Los Amaya, “Vete”. Pero, claro, nos falta hablar de la que se ha convertido en un hito absoluto: “Me maten”.
Las cosas que mi gente quiere
son las cosas que siempre he querido,
una copita pa’ brindar
y otras dos pa’ los dos que vienen contigo.
La letra de “Me maten” sorprende por su temática en un desierto en que parece no haber muchas más canciones que inviten a pasar un rato en la intimidad encantadora que tiene la música en una mesa donde tocan los que saben, otros acompañan con las palmas, y todos cantan y ríen. Ese formato de interpretación de su Tiny Desk Concert (que más tarde ha reproducido en conciertos como la gala de los Latin Grammy y algunos videos más) hizo algo hermoso: recuperar ese sonido maravilloso que ofrece el formato acústico que tanto caracteriza al flamenco. Dan ganas de estar ahí, de hacer eso mismo con nuestros propios amigos, en casa, en un bar, en la calle, en cualquier parte.
El flamenco, como muchas de las músicas folclóricas de América y los ritmos del Caribe, antes de entrar al estudio de grabación, fue interpretado así: en la familiaridad del encuentro, del “cómo se toca esto”, del “arranque y yo lo sigo”, de sumar las voces de todos en los coros, de sonreírse entre miradas porque algo nos está saliendo bien, porque el sonido invade el cuerpo de un modo único cuando lo estamos haciendo juntos. El Madrileño invita a recrear una forma profundamente humana de hacer las cosas en conjunto, una que hizo que esclavos, indígenas, migrantes, marineros y forasteros se permitieran aprender del otro y legarnos una multiplicidad musical que aún nos envuelve y que ese disco recoge a discreción, tema tras tema.
Tocar guitarra y tener repertorio nuevo para compartir es un placer, pero que además se sienta familiar desde una riqueza cultural enorme, porque esos ritmos y esas cadencias son un legado que jamás podremos terminar de agradecer, es una dicha que ese álbum nos da el privilegio de recordar y disfrutar a todos. Basta con una o dos guitarras y un combo de seres queridos entre botellas y sonrisas. Tocar así deja una sensación curiosa, extática y brillante, una vaina que parece darle sentido, peso de verdad absoluta a lo que dice Antonio Carmona en esa canción:
Nuestra gente es lo primero.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario