Guía Bacánika de Cali
Nos gusta vivir las ciudades más allá de sus postales turísticas.
Por eso nos fuimos a azotar baldosa a Cali.
onocer una ciudad es como salir por primera vez con alguien. Sabemos que ya fue besado, que ya le tocaron lo que le tenían que tocar y que los anteriores a vos, ya se le conocen al menos 18 gemidos diferentes. Sin embargo, sabés que tenés que olvidar eso: a vos te va a tocar, como lo hicieron los demás, empezar de cero. Dar el paso en el que te chocás de frente con un “bienvenidos”, y comenzás a caminarte a ese susodicho; a preguntarle qué le gusta, a qué le sabe lo que le gusta, qué música no tolera y cuál es su canción favorita a la hora de besar.
Así que, de antemano, quiero decirles que esta es mi forma de entrar a agarrarle la mano a una mujer jodidamente hermosa llamada Cali. Puede que no le haya tocado algunas partes, pero eso está en veremos. Por lo pronto, estas son las curvas que ya he recorrido y a las que los invitaría a pasar, si se dejan guiar por una calentana como yo.
Del Pacífico, además de la sabrosura musical y cultural, hay unos elementos infaltables a la hora de llenar el estómago. Más que adicta a las papitas con salsa rosada o a las minichips, cuando se trata de una cocada tengo voluntad de la que sabemos. La cocada sirve para aliviar una tusa (al menos mientras se la está comiendo), para enamorar al que no se deja enamorar o simplemente para aliviar el paladar después de una de esas comidas fusión sin gracia.
Sobre las empanadas podría hacer un ensayo completo. Son bocados del infierno (porque allá se pasa mejor) que lo suben a uno hasta el más allá. Uno siente que vuela cuando la grasita se le va resbalando por los dedos. ¿Las mejores? Cada cual tendrá su preferida. Las mías son dos: las primeras, las de don Fánor. Un hombre que te atiende (si eres mujer) de beso en la mejilla, de apretón de mano, te pregunta qué salsita querés oír y te invita a bailarla con él. Es un personaje que atiende un lugar que lleva 71 años de existencia. Ahí, las empanadas saben mejor porque van acompañadas de Poker, guacamole picante y la salsa clásica que hay que escuchar cuando se está en Cali. En segundo lugar, les presento las empanadas de camarón que uno se encuentra en el Petronio Álvarez. Después de probarlas no van a querer volver a saber del sushi.
Para disfrutar la comida (digo yo) hay que tener paladar de camionero. Comer de todo, recibir de todo, saborearlo todo. Un buen champús lo pueden conseguir hasta por $10.000, que ya me parece una exageración. Los dioses, dueños y señores del sabor tradicional, están en las calles con una corneta gritando con la misma intensidad en cada ocasión y con el mismo acento sobre la palabra champús: "¡Mazamorraaaaa eeeee champúuuuuus!". Ellos son los que se saben la técnica, los que le meten las ganas y los que saben que un buen champús tiene que estar HELADO y valer máximo 1.500 pesitos.
Muy hacia el norte, subiendo por Dapa, hay una loma a la que se entra agachando la cabeza para no ser chuzados por un alambre de púas. Después de subir unos 300 metros, está el paraíso: un terreno con pasto quemado desde el que se ve gran parte de Cali, al mismo tiempo que una serie de montañas que arropan una cascada delgadita que va a dar a un río. Esa colina es conocida como la Loma del Viento. Un lugar en el que todos los días es agosto porque el viento es tan fuerte que toca ponerse guantes para sostener una cometa.
Esta carpa circo ofrece un show de salsa que no tiene comparación. Es bastante costoso pero vale la pena porque se trata de más de dos horas de bailarines expertos en hacer historias con los pies. Delirio cambia de espectáculo cada año y siempre cierra con un encuentro entre el público y los bailarines al ritmo del guaguancó.
A esta señorita se la encuentran en un espacio en la mitad de la calle quinta conocido como el Parque de los Estudiantes. “Jovita reina infinita”, creación del artista Diego Pombo, vela por los skaters que van a hacer de las suyas a su alrededor. Y por los coleccionistas de salsa de la ciudad, que una vez al mes se reúnen para hacerle el amor a sus LP de Roberto Roena e Ismael Rivera.
No es necesario que el turista que se acerca a darle una palmadita en la nalga a mi ciudad pida que lo saquen a rumbear. Es un requisito del anfitrión hacerlo. Y pueden llevarlo a mil lugares, pero POR FAVOR, no se vayan de Cali sin ir a Mikasa Bar. Ahí se encuentran con el Pacífico, con la salsa y con los Indajaus: los DJ con más sabrosura en el planeta Tierra, en Venus y en Marte. Cuando lleguen (al norte de la ciudad, diagonal al Frisby de la tradicional Av. Sexta) no se vayan sin haber tomado Viche, Tomaseca y Arrechón, porque a fin de cuentas somos Pacífico ¿o no?
Y es que la cosa es que se llevan una olla como para cincuenta primos, y TODOS reciben buena presa. Este es uno de los mil sancochos que se hacen al día en el Parque de la Salud, en Pance. De esos, sirvieron veinte platos y quedó sobrando.
La 66 es una carrera de la ciudad en la que encuentran de todo para todos. Pubs, tabernas, bares y discotecas. También tiene varios “estancos” (cigarrerías, para los rolos) donde pueden sentarse a hacer una sola cosa: beber. Sin embargo, es fundamental pararse en esa carrera al menos durante tres minutos. En la mitad de las vías, de ida y vuelta, hay un letrero gigante que les recordará dónde están parados. Háganse el favor y no se vayan de Cali sin tomarse una foto. Siéntense en la L y griten “¡Mamáaaa, estoy en Cali!”.
Qué sería de Cali sin sus árboles. Este es el más viejo de la ciudad. Una ceiba gigante en el norte. Si se paran justo en frente, les juro que entran a una escena de Avatar.
Alguna vez pasó un tren por Cali. El 1º de enero de 1915 llegó el Ferrocarril del Pacífico para conectar a esta señorita con el puerto de Buenaventura e incrementar las actividades comerciales de la región. Posteriormente se extendieron las vías para llegar hasta Popayán. Hoy, los rieles están cubiertos de las hojas de cientos de árboles de caucho que cobijan el paso del tiempo.
Puede que no lo parezca, pero en ese huequito, con un ventilador que no es que espante mucho el calor, hacen pandebonos. ¿Dónde queda? En uno de los barrios más tradicionales de Cali: San Antonio. Y específicamente, esta pandebonería está en la que alguna vez fue llamada “la esquina del movimiento”, en la calle 2 con carrera 9. La cosa es que son sumamente baratos, deliciosos y, por alguna extraña razón, siempre se encuentran recién hechos, sean las 7 de la mañana o las 2 de la tarde.
¿Libros? Más bien obras de arte escondidas en este lugar. Es un encuentro con un café o un agua de jamaica. En la Cafebrería, van a encontrar regalos para llevarles a todos. Libros y creaciones de los mejores ilustradores del mundo y, entre otras joyas, casi toda la colección de Alberto Montt. Les confieso que este sitio se reserva gran parte de la brisa caleña. Hace parte de la Biblioteca Centenario que queda en el barrio El Peñón, sobre la avenida del Río. El que quiera más, que le piquen caña.
Por esta ruta llegan a mi casa y los invito a comer torta de banano. Ya saliendo de Cali, hacia el sur, sobre la vía Panamericana, está este lugarcito. Pequeño, atendido por un señor conversador al que no le gusta que le toquen el tema de Uribe, se pueden encontrar con los mejores helados de coco del planeta Tierra.
No es un sitio turístico ni una avenida importante. Solo debo decir que en Cali, como en cualquier ciudad del absurdo de este país, pueden encontrarse a un Winnie Pooh sentado en el andén.
Doña Eida, sin H, es una de las vendedoras de mazorca de la avenida Circunvalar. Un paradero exclusivo para quedarse los diez minutos que toma comerse una mazorca. Mi consejo: olvídense de la dieta y échenle harta mantequilla y mucha sal.
Encima de este teatrino, otro más de esos amores de Cali. Un árbol de caucho con un terreno de más de diez metros de largo, cubierto por sus raíces. Siéntense y denle un besito a ese caleño que acabaron de conocer. Háganse ese bendito favor.
Este man siempre está en la colina de San Antonio. Creo que es importante que lo conozcan para que, cuando lleguen, ya estén familiarizados.
Y si le dan la espalda a Cali, no es necesario ser religioso para entender que la estructura de esta iglesia es preciosa. Recomendación: lleguen a las 4:30 de la tarde y vean el atardecer.
NO SE QUEDEN SIN PROBAR ESTAS AREPAS. Nuevamente, en San Antonio se encuentran con este personaje y su esquina ZeaMaíz. Pidan la arepa cuadrada “fin del mundo”. Nada de gaseosas, la arepa se pasa con sirope helado. Y entre todas las salsas caseras que ofrecen, está el chimichurri de hierbabuena. Manjar de los dioses.
El paraíso de la salsa vieja, la empanada, la marranita y don Fánor. El que baila con todas las mujeres.
Repitan conmigo: FRI TAN GA. Sí: engorda y está llena de grasa. Pero le da placer al paladar. Vengan un domingo y ya. Bofe, marranita, empanada, costilla, chicharrón, platanitos y LU LA DA.
La Casa Proartes es un espacio para encontrarse nuevamente con la cultura. Denle algo de comer a los sentidos, por favor.
A ver, este lugar no es ni turístico ni importante. Queda justo al lado de la Casa Proartes y sólo hace parte de esta guía porque me encanta la tipografía abandonada.
Caleño que se respete tiene cicatriz de la garra de una paloma. Sé que son las ratas del cielo, gracias al sabio Bart Simpson, pero es importantes tomarse la foto con una.
Cuando tocan las carreteras del Valle del Cauca, no hay lugar que no esté bordeado por caña de azúcar. Pues bien, de la caña no solo se sacan el aguardiente y el viche. Si tienen sed, TOMEN GUARAPO.
INSTRUCCIONES: Lleguen al centro de Cali. Encuentren la Plaza de Caicedo y párense en todo el centro de ella. Miren hacia arriba y suspiren.
El Bulevar del Río tiene alrededor de un kilómetro de distancia con calles completamente adoquinadas. Es algo por lo que los caleños estamos bastante orgullosos. Nada qué hacer.
Puente Ortiz. Otro pedazo de historia. Fue el primero construido sobre el río Cali y sirve para dar besitos bajo esas estructuras blancas de estilo neoclásico.
De aquí sólo debo decirles que el raspado es aquel que lleva hielo, jugo, limón y lechera. Y el cholado es el rey porque se lleva a todas las frutas del reino, más el jugo y la lechera. Pasen y cómanse uno de estos en las canchas Panamericanas de Cali. En cada caseta (de las más de veinte que hay) suena la misma emisora con salsita de alcoba.
Menjurjes para el amor, para el bienestar, para el rechazo, para el triunfo. Pidan y se les dará.
De doña Fanny sabemos dos cosas: que tiene uno de los mejores ceviches de Cali y que si le tocas las nalgas el 31 de diciembre, tendrás suerte todo el año. El más pequeño vale $18.000 y es el plato favorito de los dioses.
De mis lugares favoritos: cerveza barata y toda la salsa que quieran. Aquí no es tan fácil encontrar marido pero sí muy buen parejo. La Topa Tolondra es “SALSA CON CRITERIO”.
Este es Jairo y hace parte de los vendedores de chontaduros del Parque del Chontaduro, muy hacia el norte de la ciudad. Aquí se van a encontrar a un hombre con una caseta que huele y se ve como el Pacífico y que, a punta de vallenato, les irá cortando cada chontaduro.
Cali fue y es reconocida por ser una de las cunas del cine en Colombia. Este museo es dedicado en su totalidad a contarles la historia de los 24 cuadros por segundo. Una colección impecable de cámaras, de afiches, de videograbadoras, incluyendo la que usaba Andrés Caicedo.
Señala al mar y afirma que es fundamental una visita al puerto de Buenaventura para comer un sancocho de pescado. Sebastián de Belalcázar, fundador de Santiago de Cali.
Por tradición, tienen que comerse un pandebono en la Casa del Pandeyuca. Pa qué: es ES PEC TA CU LAR.
37 astas que al menos en este mes llevan 37 banderas de Cali (porque a veces son puestas las de Colombia y Valle del Cauca) son los elementos característicos del Parque Panamericano o el Parque de las Banderas. Espacio creado en el marco de los Juegos Panamericanos de 1971.
A TinTinDeo se va a dos cosas. A bailar como si no hubiera un mañana y a buscar marido internacional. Los que bailan son los de acá. Los que no bailan son los maridos.
El Museo de Arte Moderno La Tertulia, aparte de gozar de una gran colección de obras de todo el mundo, cuenta con una sala que proyecta lo mejor del cine independiente. Y si vinieron a Cali fue a estar al aire libre, pues súbanse bien arriba (encima de la cinemateca) y comiencen a “volar” mientras se deleitan con el vientecito que llega por esos lados a todas las horas del día.
Muy en el fondo, en una montaña, la leyenda cuenta que las tres cruces se construyeron para ahuyentar a los demonios. Años después, las tres cruces han cambiado su forma y los demonios se han reproducido en narcotráfico, violencia o simplemente en falditas muy muy cortas. Sin embargo, los amuletos siguen ahí de pie y uno que otro caleño encomienda su fe a que esos tres monumentos velen por su bienestar. Por lo menos, a algunos les cuida la figura, porque los domingos las princesas y los príncipes madrugan y se suben en 45 minutos esa montaña para llegar a tomarse un jugo de naranja recién preparado.
Cali es una ciudad a la que se viene para ver todos los días las 5 de la tarde, para, después de mucho calor, deleitarse con la famosa “brisa caleña”; para tirar paso; para “ir a baño”; para perder la voluntad y no hacer dietas. Y por encima de todo, aquí se viene a tomar lulada. A nada más.
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