Micrófonos y cámaras detrás de una sesión sinfónica
La pandemia le ha impedido al público volver a las salas de concierto y en la Sinfónica Nacional los micrófonos, las cámaras y un equipo de producción tuvieron que reemplazar a los espectadores para poder llevar la música hasta las casas.
Marcelo Ramírez, Mauricio Lozano y Dante Yenque.
Grabando”, dice con voz potente Pablo Marcelo Ramírez, productor musical y de audio. Su voz retumba hacia afuera por la amplia sala del teatrino, un antiguo patio interior –ahora reformado con tarima y gradas– de la Casa Pombo, sede de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia y antigua residencia del poeta colombiano.
Con una indicación de la mano, Marcelo da luz verde. El sonido brillante de un tiple comienza a llenar el espacio y en la pantalla una franja roja comienza a crecer con el registro que traduce la interfaz a la que llegan los cables de los dos micrófonos delante de la boca del instrumento. Una vez se detiene la música, se oye la tecla que interrumpe el registro y por fin los brazos del maestro Mauricio Lozano encuentran algo de reposo.
“Tocar frente a un micrófono es muy intimidante”, me dice más tarde Mauricio, intérprete invitado a la sesión de hoy por Dante Yenque, primer corno de la OSNC. “El micrófono no perdona. Frente a un público hay emociones, una comunicación en la que termina de darse forma al mensaje musical, pero frente al micrófono es difícil porque no hay nada de eso y en cambio los errores sobresalen con demasiada intensidad. Con el tiple, por ejemplo, lo complicado es el sonido característico del intérprete, el guajeo, que es pura mano derecha, esa mezcla brillante de las cuerdas con algo muy percutivo y rasgado. Eso se puede ensuciar muy fácilmente en la grabación y por eso es un reto. En un caso como el mío, además, grabando solo, estás desprovisto del calor humano y del ambiente en el que el conjunto de intérpretes crea una cosa común.”
El proyecto que convoca hoy a un puñado de músicos y su productor es la grabación de otra de las Sesiones OSNC, una serie de producciones audiovisuales con las cuales la orquesta se ha propuesto volver a llegar a su público desde hace un año, impedido por la pandemia para regresar a las salas de concierto. La propuesta es innovadora: llegar a la casa y a la cotidianidad de la gente con sesiones de grabación de música de cámara en el hogar mismo de la orquesta. Se trata de videos de pequeños ensambles o solistas tocando con gran calidad de audio y entrevistas para acercar al público a los intérpretes. Una idea valiosa en un país con un gusto limitado por esta música, muchas veces marcado por fronteras invisibles como la sensación falsamente excluyente que dan algunos de sus formatos elegantes y teatrales. Y para eso se ha coordinado el trabajo de los músicos con producción de audio y de video de un modo que, sin duda, ha desbordado con creces el trabajo habitual de práctica, ensayo y concierto al que se acogen en general las orquestas.
El programa de hoy lo conforman varias piezas para cuarteto de cornos, pero Mauricio y su tiple hacen parte de otra propuesta novedosa: tocar junto a él un pasillo, “Entusiasmo”, del compositor colombiano Luis A. Calvo. “Cuando Dante me contó que quería hacer una pieza de música colombiana para cuarteto de cornos, la sección entera, y con acompañamiento de tiple, que da un aire muy especial al conjunto, me pareció extraordinario”, termina de decirme Mauricio. “Es un formato que, para tocarse en vivo, requeriría la amplificación de mi instrumento, porque no hay forma en que el tiple tenga la potencia de sus metales. Pero de la mano de la producción podemos esperar una cosa muy especial. No es algo que cualquiera pueda encontrar por ahí.”
Diego Parra, Erwin Rubio y Edwin Muñoz.
“Sí, esto es muy especial”, me explica Dante. “Un tipo de ensamble que quizás nunca antes se había hecho: música colombiana, cuatro cornos y un tiple para rendirle un homenaje al maestro Luis A. Calvo, que murió en el leprosario de Agua de Dios. Un final muy triste para un compositor tan importante. Aunque las otras piezas del programa también buscan ofrecer una mirada al corno, que ofrece muchos matices desde su potencia más marcial –su origen de cacería– hasta formas más románticas.” Mientras comienza la grabación, los otros cornistas calientan. Les pregunto qué ha sido lo más interesante de esta experiencia. El segundo corno, Diego Parra, me responde sin dudar: “Ha sido todo un aprendizaje, escucharse y descubrir lo mucho que podemos perfeccionar la interpretación para la grabación. El corno, por ejemplo, es un instrumento que puede ser demasiado macizo y difícil de captar, de modo que tenemos que afilar mucho cada nota para que el resultado sea impecable. Y es que tocar sin el público es difícil: sin la emoción da la sala llena es muy complejo, es un ambiente muy frío.”
Le pregunto a Dante cómo ha sido el proceso de adaptarse con la pandemia al formato de grabación, tan lejos de las audiencias. “Para mí como para muchos intérpretes la pandemia ha sido un desafío. Soy argentino y peruano, estudié en Alemania, en Dresde cuando era la RDA, y ahora soy primer corno de la OSNC, y siempre he estado tocando con orquestas... Ha sido difícil sacarle tiempo a muchas cosas, a proyectos propios. Ahora ha sido la oportunidad de volver a tocar cosas nuevas y que muestren algo nuestro también. La riqueza musical de América Latina es una cosa extraordinaria, no tenemos una tradición por el estilo de la que se remonta a Bach, Mozart y Beethoven. Pero tenemos una riqueza y versatilidad que es extraordinaria y que vale la pena ir a ver, conocer, grabar y escuchar. Es música que para intérpretes de otras regiones es muy difícil, porque la gracia con que se toca y brilla está en la cultura, en nuestra vida y no solo en la formación musical de conservatorio. Por eso es que desde el año pasado, que comenzamos a producir estas sesiones con Marcelo, todo esto ha sido tan importante también. Porque construir esa relación con un buen productor de audio es muy importante para que las cosas salgan bien.”
Me cuesta trabajo imaginar cómo podría hacerse una producción como esta sin una buena relación: grabar entre cinco y quince minutos de música puede requerir hasta entre tres y cinco horas, cantidad de tiempo suficiente para cansar al intérprete que sea y desgastar a cualquier equipo de trabajo. “Lo mejor que podemos hacer, partiendo del formato íntimo que ofrece este teatrino y las condiciones técnicas que tenemos para grabar, es buscar que el sonido resultante capte bien los instrumentos pero que tengan espacio.” Me explica Marcelo, señalando los micrófonos. “Hay que lograr una captura que suene natural y agradable. Lo más importante hoy es que los cornos no queden muy encima, ni de los micrófonos ni entre ellos. Es un sonido muy robusto y mal grabado queda como una masa compacta en la que las cosas se pierden. Por eso el objetivo es que sea muy pulcro cada uno, pero que dé la sensación de estar ahí con ellos como conjunto. Hay que intentar fotografiarle al oído la escena completa.” Durante la prueba de sonido prueban cinco disposiciones de los cornos y los micrófonos en la tarima; las revisan todos con sus audífonos para escoger la mejor y al cabo, comienzan.
Sin embargo, estamos en Bogotá. A lo largo de las más de tres horas de grabación, dentro del teatrino la temperatura comienza a bajar con el paso de las horas y se alcanzan a oír algunas veces unas gotas que caen sobre el techo. Los cornistas se calientan las manos frotándolas con su ropa y repasando los pasajes durante las pausas.
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“Normalmente hacemos una primera grabación corrida y luego repasamos compás por compás, para que los intérpretes tengan la oportunidad de hacer la mejor versión posible de cada pasaje exigente o de perfeccionar la técnica, el fraseo, lo que quieran para que la grabación sea tan clara y representativa de su interpretación como lo quieran. Son músicos de formación clásica, llevan una vida dedicados a esto, me gusta que mi trabajo les dé la oportunidad de potenciar eso para que el resultado sea impecable, que dé cuenta de su habilidad, ya que esto queda para toda la vida”, agrega Marcelo.
De hecho, esta ha sido una de las formas en las que, desde hace tiempo, la interpretación musical clásica y contemporánea ha grabado varios de los discos más representativos de la historia. La más icónica es posiblemente la grabación, tan impresionante como desquiciadamente virtuosa, de las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach que hizo en 1955 el gran pianista Glenn Gould: 5 horas suman el total de las 238 tomas hechas en varias sesiones para escoger los 38 minutos que suma en total el disco en su versión final. De hecho, con los años Gould llegó a entregarse por completo al trabajo de estudio, fascinado por las posibilidades musicales que ofrecía la grabación y la edición –la posibilidad de pulir el sonido, escoger tomas y fragmentos para componer a oído versiones ilimitadas–. Un artículo del New York Times sobre estas grabaciones señalaba incluso que:
En un artículo [que escribió Gould] en 1966, “Prospectos de la grabación”, él llegó a fantasear sobre un futuro en el cual el público tuviera a mano un abanico de grabaciones que pudieran editar y ordenar a su gusto, por preferencia de versiones, por ejemplo, de la Quinta Sinfonía de Beethoven de distintos directores.
Pero todo esto es trabajo posterior, como el que Marcelo se llevará a su estudio con las tomas de los cornos y el tiple para producir el audio en la calidad que todos disfrutaremos en casa en algunas semanas, pues la producción va adelante del lanzamiento, para coordinar y acoger los tiempos de posproducción. Pero para llegar a eso, primero hay que captar el sonido.
“Es muy interesante”, continúa Marcelo mientras los cornistas toman un descanso después de la grabación. “Con los dos micrófonos hay que ser muy recursivo para grabar varios instrumentistas al mismo tiempo; en un estudio o se graba por aparte a cada uno o en conjunto pero spoteados: cada uno con un micrófono que capta claramente su línea. Aquí es distinto: producimos un sonido que dé la sensación en vivo a cabalidad para que ajuste como anillo al dedo con el video de la sesión. Y con los dos micrófonos que usamos, lo que nosotros hacemos se parece bastante a como grababan los Beatles: en esa época, con menos herramientas que las que tenemos hoy, se grababa posicionando a cierta distancia los instrumentos según su potencia para que un mismo micrófono registrara con una intensidad óptima cada sonido. Aunque hoy se mezcla y edita mucho más en posproducción, las posibilidades se limitan si hay varios instrumentos en un solo canal y hay uno que suena muy duro, por ejemplo. Para lograr la naturalidad en el sonido, tomar decisiones como escoger si poner algo en mono o estéreo, cerca o lejos, todo según la posición de los otros, es fundamental. Es exigente, pero el resultado vale la pena.”
Las sesiones de la OSNC también han permitido más cosas, entre otras la grabación de música original y arreglos hechos por los mismos integrantes de la orquesta. “Ha sido asombroso”, me cuenta Carlos Rengifo, contrabajista de la OSNC y compositor. “Nuestras composiciones nos dan la oportunidad de ofrecerle al público música nueva, además de poder grabarla, y creo que es de lo que más ha gustado. Son cosas que no se han oído antes.”
“Cuando grabé mi primera sesión, en formato trío, tenía mis reservas. Es que el contrabajo es un instrumento muy complicado de capturar. Pero al escuchar el resultado me encantó. El quinteto que grabamos, por otro lado, lo había compuesto hacía años para un quinteto mío, Nuevo Mundo. Pero con la grabación quedé impresionado, porque quedó muy cerca de la idea que tenía inicialmente cuando lo escribí, lo cual es –sin duda– muy gratificante.”
Las composiciones de Rengifo, además, ofrecen una riqueza de influencias que vale la pena escuchar. Algo que, en definitiva, por lo menos yo no había escuchado antes a manos de la Sinfónica Nacional de Colombia. “Mi propuesta musical llevo trabajándola bastante tiempo. A mí me ha interesado crear música que ofrezca una mezcla de jazz, música contemporánea y folclor colombiano. El quinteto, por ejemplo, es una Suite de aires colombianos que incluye una puya, un arrullo y un carángano; es muy especial porque ofrece una mezcla de ritmos de ambas costas colombianas, Caribe y Pacífica, y algo del interior. Por eso también ha sido muy valioso ver las propuestas de mis otros colegas: hemos visto mucho de lo que hacemos nosotros mismos con un nivel y un resultado que ha sido excepcional.”
El concepto mismo de las sesiones partió de la crisis en que estaba la orquesta desprovista de su público y de una intención de mostrar otra cara de los intérpretes y de la música. “Yo tomé como referente lo que hacía Radio 1, Radio 3 o la BBC, emisoras que llevan un tiempo con programas dedicados a otras músicas y a mostrarlas con formatos más relajados”, me cuenta Alejandro Martínez, publicista, coordinador del área de comunicaciones de la OSNC y productor general de las sesiones. “Pensé en que algo así se prestaba muy bien para darle otra visualidad a la orquesta, por ejemplo, desde la música de cámara. Así fue que le propuse a todo el comité directivo diseñar esta franja. Y nos pusimos a buscarle una imagen joven, desenfadada y que rompiera con la idea más rígida que se tiene del trabajo de las orquestas.”
Le pregunto cómo fue la acogida del programa por parte de los músicos. “Al principio, como con toda cosa nueva, hubo algo de timidez y de reserva. Solo se inscribieron dos agrupaciones: el trombón bajo con una amiga tiplista invitada y también un dúo de chelos, uno de los más nuevos con uno de los más antiguos. Apenas las sacamos, ahí sí comenzamos a recibir un montón de propuestas por parte de ellos. Les encantó. Y es que de verdad se siente diferente.”
Para construir un registro de video que produjera esta cercanía con la música, Alejandro y John Acosta, realizador audiovisual de la orquesta, trabajan a dos cámaras en el mismo teatrino en que Marcelo graba las sesiones. “Es muy íntimo, ¿sabes?”, dice John. “De por sí la Casa Pombo tiene cierta nostalgia en su infraestructura. El teatrino es como el alma de la casa. Antes solo lo utilizábamos para hacer uno que otro video promocional... Después el teatro Colón lo dotó con luces, cortinas y nosotros pusimos allí el logo de la OSNC. Y bueno, con la pandemia y las sesiones le dimos vida.
”En lenguaje audiovisual acá intentamos dar algo de informalidad. La música académica se caracteriza por tener cierto porte y sobriedad. Es muy bello que sea así, pero nosotros hemos buscado acercar desde su humanidad y sus experiencias a los intérpretes. Por eso no usamos planos tan rectos y en cambio sí mucho lenguaje de cámara de mano”, explica John, y Alejandro agrega: “En la música en general hay un diálogo y muchas variaciones. Quien lleva la melodía y el acompañamiento, la base, la armonía... Nosotros le buscamos una visualidad a ese contenido que llega al oído pero que se puede alimentar, perfilar con las imágenes: los solos con primeros planos, o plano-contraplano en los contrapuntos... Para eso trabajamos algunas tomas con playback que hagan más cómodo para los intérpretes trabajar su grabación de audio primero, y luego nos ayuda a nosotros a sacar más detalle para darle vida a esa interpretación con toda una paleta de tomas.”
Y cuando le pregunto qué futuro le ve a las sesiones, Alejandro me dice: “Este año por ejemplo vamos a tener tres ciclos de ocho sesiones. Y gracias al apoyo del gerente general, el maestro Juan Antonio Cuéllar, que ha creído mucho en todo este trabajo audiovisual y otros proyectos, las sesiones van a seguir. Eso sí, seguro. Esto es algo que llegó con la pandemia, pero para quedarse.”
Si quedó con ganas de oír más, aquí le dejamos la playlist completa de las Sesiones en el canal de YouTube de la OSNC.
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