Zanzíbar muestra dos caras
La inestabilidad de África puede espantar a los turistas pero, más allá de las epidemias mediáticas y los golpes de estado, se esconden verdaderos tesoros para los viajeros.
Es mejor que esta noche no nos quedemos en la ciudad. Hay disturbios, nos dice el taxista. De piel morena y cofia blanca, las pocas palabras que puede pronunciar en inglés se vuelven casi indescifrables porque habla con susurros en un acento imposible. Si le entendemos bien, en la ciudad hay protestas desde el día anterior, y es mejor que vayamos a las playas del norte. No tardamos mucho en comprobar lo que dice: soldados marchan atravesando calles vacías, pasan camionetas con policías o militares patrullando. Más adelante, una nube enorme entre gris y negra se levanta en mitad de la vía. Para obstruir el paso han prendido llantas con fuego y han tirado grandes piedras en el camino; debemos pasarlas por un lado, subiéndonos al andén.
Según le entendemos al taxista, no todos están contentos con el gobierno de Tanzania. Zanzíbar es un archipiélago semiautónomo con los mismos problemas que tantas otras partes del mundo: en este caso, diferencias religiosas que, sumadas al abandono del gobierno central, causan un descontento fértil para los movimientos independentistas. Estoy simplificando, seguro, pero la conversación con el taxista tampoco ayuda a entender mejor el asunto. Así que recurro a Google: resulta que uno de los líderes de Uamsho –una organización que busca la independencia de la isla– había desaparecido días antes de nuestra llegada y por eso sus seguidores estaban protestando, saqueando almacenes y peleando con la policía. Un agente fue asesinado y el desaparecido líder reapareció cuatro días después, con una historia que al parecer contradice la versión oficial.
Pero cuando llegamos a la isla no teníamos idea de nada de esto. Nos sorprende ver a la gente alejarse corriendo por las angostas calles que dan a la carretera cuando pasa el carro de la policía que, en un momento, va detrás de nosotros y, en otro, mientras estamos casi detenidos, recibe con un fuerte ruido el golpe de una piedra. A ambos lados de la vía la gente mira los carros pasar y hace comentarios que sólo podemos imaginar. Dentro del taxi lo más claro de la conversación había sido que era mejor irnos para la playa. Esta es una situación que no invita al turismo.
Las playas del norte, en cambio, son una exaltación del turismo. El taxista nos lleva a Nungwi, en la punta norte de la isla, donde hay una fila de hoteles que ofrecen todas las comodidades que no habíamos tenido durante los días previos de safari entre Kenia y Tanzania. Espera a que preguntemos en tres hoteles para cobrar su parte en la transacción y se va con la bolsa de golosinas que olvidé en el carro. No hay ningún problema, hakuna matata: algunos de los hoteles tienen muy buenos restaurantes en los que se pueden probar platos de comida internacional, platos extraídos del mar que miramos desde la mesa o recetas tradicionales de la isla, como el arroz pilau –hecho con especias y caldo de carne–. En uno de ellos, incluso, contamos con un invitado especial: un mico que busca algo de comida y se ve recompensado con un vaso de gaseosa.
Nungwi es un buen lugar para descansar, con sus playas, hoteles y restaurantes y las actividades que se suelen ofrecer junto al mar, como el buceo: aunque la visibilidad no resulta especialmente buena, es posible ver tortugas, langostas y una raya, además, claro, de los muchos peces y corales del fondo de sus aguas. Pero el plato fuerte de la isla, para mí, está en la ciudad, adonde vamos a dar cuando han pasado las manifestaciones y que al atardecer, cuando ya nos hemos decidido por uno de sus muchos hoteles, nos recibe con el llamado a la oración.
La mayor parte de la población zanzibareña es árabe. La isla estuvo en manos de los portugueses antes de pertenecer al Sultanato de Omán, después tuvo su propio sultanato –llamado, cómo no, Sultanato de Zanzíbar– y luego pasó a manos inglesas antes de unirse en 1964 a Tanganica, la porción de tierra continental que junto a Zanzíbar –en realidad un archipiélago con dos grandes islas; la mayor de ellas, Unguja, conocida también simplemente como Zanzíbar– forma lo que hoy conocemos como Tanzania.
Las huellas de la historia del comercio zanzibareño son fácilmente visibles con sólo salir a caminar. Zanzíbar es famosa por sus especias, que se encuentran en muchas de sus tiendas en empaques con forma de tortuga o mariposa. Durante siglos fue el foco del comercio de esclavos en el Este de África. Las puertas de las casas, características de la ciudad, están cuidadosamente talladas y decoradas; por lo general tienen la forma de una cadena en el marco, que según una revista local se usaba para mantener alejados a los malos espíritus y según una guía de viajes indicaba que los dueños habían estado involucrados en el comercio de esclavos.
Las calles de la Ciudad de Piedra son pequeñas, llenas de recovecos y tiendas. Resulta fácil dejarse llevar por un laberinto que empieza junto a la casa donde dicen que nació Freddie Mercury –debidamente señalada y fotografiada por los turistas– y que termina en el mercado, atestado y caótico como corresponde. Sólo hay que seguir las calles más concurridas, donde se puede ver a las mujeres cubiertas de pies a cabeza con sus mantos negros o a los viejos jugando en tableros de bao, perfectos para las fotos –para las que siempre hay que pedir permiso: un señor, al ver a un amigo apuntando con su cámara, le reclama furioso que debe pedir autorización, que lea en la guía (aunque no dice cuál), que ahí dice–.
- Las guías turísticas dice que esta es la casa donde nació Freddie Mercury. -
Al atardecer, los jóvenes se lanzan al mar dando vueltas en el aire desde la muralla que hay frente a la Casa de las Maravillas –llamada así por ser el primer edificio de la isla en tener electricidad–, junto a los jardines de Forodhani, que en la noche se convierten en un mercado al aire libre donde se pueden probar pinchos de pollo, mariscos o pescado –nos ofrecen desde barracuda hasta tiburón– y shawarmas o pizzas preparadas al estilo local, con una masa delgada que envuelve el resto de los ingredientes, escogidos al gusto y que pueden incluir la misma carne de los pinchos. Para acompañarlos, si se quiere algo natural, ahí mismo extraen el jugo de la caña de azúcar.
- La Casa de las Maravillas se llama así por ser el primer edificio de Zanzíbar en tener electricidad. -
A los pies del mercado descansan pequeñas embarcaciones, incluidos los dhows característicos de la isla, y por estas aguas navega también el ferri que en dos horas nos lleva sobre las grandes olas del océano Índico a Dar es-Salaam, en el continente africano. De los disturbios que hubo apenas hace unos días en la Ciudad de Piedra no se ve ningún rastro. Por el contrario, cuando la dejamos, la ciudad tiene una calma que parece antigua, inmutable.
Información práctica
Ubicada en el Índico, Zanzíbar queda en el oriente de África, a dos horas del continente por vía marítima. Es posible llegar en ferri desde Dar es-Salaam, en la costa tanzana, o tomando un vuelo desde Tanzania o Kenia, adonde se puede llegar en avión desde Londres o Ámsterdam. Los vuelos desde otras ciudades europeas, como Fráncfort, suelen hacer escalas, por ejemplo, en Etiopía. En los dos países se puede sacar la visa al llegar por 50 dólares.
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