Al borde del abismo
La depresión no es tristeza. Es una enfermedad mental que produce cambios fisiológicos tan complejos y dolorosos que vivir puede convertirse en un reto inalcanzable.
Adriana Cuéllar sintió muchas veces que no era dueña de sí misma. Había días en los que la atacaba una claustrofobia tan atemorizante que sentía que las paredes de su apartamento la atrapaban y tenía que salir corriendo por las calles, descontrolada, en busca de un respiro. En otras ocasiones, el desaliento y la falta de fuerza hacían que fuera imposible levantarse de la cama. El cansancio lo sentía todo el tiempo sobre los hombros, pero debía convivir con el insomnio. De un día para otro, para Adriana, vivir fue un martirio.
Sufría de depresión pero no lo sabía. Desde que murió su padre se empezaron a producir desequilibrios químicos y hormonales en su cuerpo que ella no distinguía aunque fueron cambiando su forma de percibir la vida y el mundo. La depresión es demoledora. Se van las ganas de vivir, la capacidad de tomar decisiones, la concentración, la autoestima, el apetito. Las personas no duermen, viven tensas, lloran sin ningún motivo aparente, dejan todo para después y no tienen fuerzas para continuar. “Duele el alma y es un dolor tan profundo que uno empieza a pensar que el único alivio a tanto sufrimiento es la muerte”, cuenta Cuéllar.
Más de 10.000 personas, la mayoría de ellas jóvenes entre los 15 y los 30 años, se han quitado la vida en los últimos cinco años y medio en Colombia, según cifras del Instituto Nacional de Medicina Legal. Los expertos aseguran que el 80% de estas personas padecían enfermedades mentales como la depresión pero nunca recibieron tratamiento. Es entendible, quienes sufren de depresión asumen que están tristes y que con el tiempo se les pasará. Todo parece indicar que el mundo de hoy –caótico, exigente, competitivo y abrumador– ha aumentado la popularidad de la depresión que, según el psiquiatra Jorge Téllez, en 20 años será la enfermedad que más muertes causará en el mundo.
Cerebro descompuesto
La depresión es una enfermedad neurobiológica provocada por cambios hormonales, alteraciones en las redes nerviosas del cerebro y variaciones en la capacidad que tiene el humano para adaptarse a situaciones de estrés. Cuando se enfrenta un momento difícil, produce una hormona llamada cortisol, que lo protege de la amenaza. Una vez se da una respuesta, el cortisol debe desaparecer, pero en las personas depresivas se produce demasiado y este impide el funcionamiento adecuado de los circuitos cerebrales: la persona recibe señales equivocadas de peligro y se siente atemorizada todo el tiempo, sus funciones cognitivas se bloquean, el sistema que controla las emociones se altera, las neuronas que se encargan de la regeneración del cerebro disminuyen… Todos estos factores se suman para mantener al depresivo en un estado constante de alerta, temor, tristeza y desesperanza.
La depresión puede aparecer por factores genéticos –que suelen llevar a que varios miembros de una misma familia padezcan la enfermedad– o ambientales –que están relacionados con el enfrentamiento de situaciones intensas o con el abuso del alcohol o las drogas–. Existen depresiones leves, moderadas y graves, pero todas son dolorosas y pueden tener consecuencias fatales. “Hay depresiones leves y prolongadas, que llevan a las personas a pensar que esa forma de ver el mundo hace parte de su temperamento, así que nunca piden ayuda –asegura Téllez–. Creen que su vida siempre será ese vacío y ese desaliento, y muchas veces prefieren morir”. Una vez la persona busca ayuda, existen exámenes médicos que pueden hacerse para detectar si sufre de depresión, y varios medicamentos que pueden curarla.
Mala fama
La historia ha vendido una imagen equivocada de los medicamentos antidepresivos. Que idiotizan, que producen dependencia, que enloquecen. Todos estos son cuentos del pasado. Claro, tomar antidepresivos no es lo mismo que tomar analgésicos, pero su éxito solo depende de la buena comunicación que exista entre el médico y el paciente. Si producen dolor de cabeza, dan sueño o disminuyen el deseo sexual el médico simplemente debe tomar medidas para eliminar los efectos secundarios.
La mala fama de los medicamentos ha hecho que sea muy difícil tratar a los jóvenes: “Ellos y sus padres luchan contra los antidepresivos y piensan que la terapia es suficiente –cuenta Téllez–. Además, quien sufre de depresión debe dormir bien y tratar de no mezclar los remedios con alcohol”.
La depresión no es un malestar que se cura con las palabras de un buen amigo. No es un padecimiento que pueda olvidarse con un enorme tarro de helado. No es un sufrimiento que se trate con fuerza de voluntad.Para la medicina occidental, la depresión produce un abatimiento mental tan profundo que no se arregla con psicólogos, homeópatas o bioenergéticos: estas alternativas sirven para evitar recaídas cuando ya se ha controlado un primer episodio depresivo pero no para curar la enfermedad, por eso es necesario tratar el problema desde la raíz.
Curar el alma
Para la medicina oriental las cosas son muy diferentes. Al psicólogo Daniel Suárez le diagnosticaron trastorno bipolar –síndrome maniaco depresivo– cuando tenía 18 años y los médicos aseguraron que tendría que tomar medicamentos por el resto de su vida. Lo hizo durante siete años. Sin embargo, durante un episodio depresivo muy intenso, recurrió a la acupuntura para encontrar alivio y desde ese momento todo cambió. “Me ayudó a curar el alma –afirma Suárez–. Mejoró todos mis hábitos, me hizo una mejor persona y llegó un día en que pasó algo asombroso: después de seis meses de acupuntura dejé de tomarme las pastillas, ya no las necesité más”.
Daniel asistió a sesiones de acupuntura durante dos años y, contra todos los pronósticos, se curó. Su transformación fue tan sorprendente que se apasionó con el tema y ahora estudia y practica la acupuntura. Cree firmemente en el poder de esas agujas que se clavan en el cuerpo y en las terapias alternativas de la medicina oriental, que proponen integrar el alma, la mente y el cuerpo para prevenir y curar enfermedades. Sabe que la acupuntura y la homeopatía son métodos que necesitan paciencia, pero comprobó en carne propia que funcionan. Algunos recurren a ellos y no ven resultados; esto se debe a que no dan con un buen terapeuta, no tienen paciencia, no están dispuestos a hacer cambios en su vida y no creen en el poder de la mente. “Para los chinos uno es culpable de sus enfermedades, así que de uno depende hacer cambios para recuperarse y vivir en armonía”, asegura Suárez.
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