¿Para qué sirve el estilo ajeno en el arte?
¿Qué piensa usted? ¿Sirve para algo el estilo ajeno? ¿El estilo ajeno o propio es algo más que un invento viejo del arte moderno? La autora le hizo esta pregunta a artistas, curadores, historiadores y académicos del arte. En este texto nos cuenta qué respondieron y qué tiene para decirnos la historia sobre esta cuestión, mientras se acerca la Feria Internacional de Arte de Bogotá este fin de semana.
¿Hay algo nuevo en esta tierra?
“Nada es nuevo en esta tierra. Todo es de alguna manera prestado de una referencia anterior”, dice el artista Carlos Castro Arias. “Me interesan las cosas que de alguna forma ya existen en el imaginario nuestro y que las podemos reusar para cambiarlas y darles una mirada distinta que genere un diálogo”. Durante el segundo trimestre de este año, Castro Arias presentó la exposición El pasado nunca muere. No es ni siquiera pasado en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. En esta muestra, titulada con una célebre frase de William Faulkner, tomó esculturas del siglo XIX de Cristóbal Colón y de la Reina Isabel, imágenes de gobelinos, iconografías indígenas y leyendas medievales europeas que fusionó con historias latinoamericanas.
“En la historia del arte los artistas siempre trabajan sobre algo que ya se ha hecho”, apunta Castro, profesor de pintura en la Universidad Estatal de San Diego, en California. Pablo Picasso, el pintor más importante del siglo XX, señala, se distinguió por la influencia que tuvo la escultura africana en su obra. “Esa idea modernista, que uno pensaría que es de innovación, consistió en tomar una tradición que no se había mirado tanto, o que se ignoraba en Europa, y pasarla a otro contexto. Sucede con Picasso y a la final con todos. Todos estamos reutilizando herramientas del pasado”.
El filósofo alemán Walter Benjamin lo afirmó en 1936, cuando publicó el ensayo La obra de arte en la era de su reproducción técnica. “Lo que había sido hecho por seres humanos podía siempre ser re-hecho o imitado por otros seres humanos”, dice Benjamin. “Hubo, en efecto, imitaciones, y las practicaron los mismos discípulos para ejercitarse en el arte, maestros para propagar sus obras y también terceros con ambiciones de lucro”. Aunque el último caso, que contempla la estafa y el delito de falsificación, y que bien puede representarse en un documental como Made You Look, disponible en Netflix, es un asunto de codicia e ilegalidad que dejaremos fuera de este artículo.
Castro les dice a sus estudiantes que, si buscan conocerse a sí mismos, es preciso revisar sus gustos: “Uno es una especie de Frankenstein que se va armando de a pedazos. Lo mismo le pasa a un artista, a un diseñador y a un adolescente. Al pasar por este mundo empezamos a ver cosas con las que resonamos y a partir de eso vamos generando nuestra identidad”.
Finalizando la década del noventa, mientras era estudiante en la Facultad de Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, la instalación y el performance estaban en auge, pero Castro no conectó con estos medios. Le llamaba más la atención el arte medieval y el camino de apropiarse de elementos, imágenes e historias del pasado. “Uno tiene que saber qué se ha hecho antes para que, con base en ese conocimiento, se pueda cimentar y saber qué podemos añadirle a la historia del arte y cómo podemos contribuir en esa conversación”.
¿El estilo ajeno sirve para todo?
Según el curador e historiador del arte Santiago Rueda, el estilo ajeno en el arte sirve para todo, incluso para hacer una carrera, porque no existe algo completamente original: “Es muy difícil pensar que una obra no tiene que ver con algo preexistente”.
Durante años, Beatriz González usó las fotos de Carlos Caicedo que salían en el periódico El Tiempo y también imágenes de la historia del arte. Otros artistas, como Nadín Ospina, han mezclado elementos de la arqueología y la cultura popular. “Si a un artista le sucede [que lo copien], si su obra les sirve a los demás artistas, es muy afortunado. Lo que circula hace que siga vivo. Sigue hablando, sigue siendo relevante. El Colombia de Antonio Caro se volvió un símbolo durante el estallido social. No había visto cómo un artista conceptual se volviera parte de las manifestaciones con frases como Todo está muy paro o Todo está muy raro”, ejemplifica.
Rueda explica que, por ejemplo, el barroco llegó a Latinoamérica principalmente por grabados que copiaban las pinturas europeas. Las casas más prestigiosas de grabados, que estaban en Alemania y Países Bajos, tenían especialistas en copiar obras de arte que dibujaban frente al original y luego llevaban al taller para sacar cientos de ediciones que compraban las cortes.
“Así la gente se podía imaginar cómo eran las obras de Miguel Ángel y de Leonardo. Se hizo durante siglos, era la única forma de conocer la historia del arte porque los originales estaban en palacios y castillos y era difícil viajar por Europa en los siglos XVI y XVII. La gente decoraba sus casas con grabados, que se popularizaron con el desarrollo de la imprenta, la que permitió la difusión del conocimiento. La historia del arte no llegó por originales. Nadie traía un Velásquez a América. La obra de Beatriz González es interesante y divertida porque la historia del arte la aprendió en libros, en enciclopedias, en imágenes reducidas y con otros colores. Eso determinó el arte colombiano desde los años cincuenta”, recuerda Rueda.
Santiago Rueda, que realizó con Sebastián Sánchez la curaduría de la exposición Mi reino no es de este mundo del artista Michael Angarita en Desborde Galería (Bogotá), remonta el trabajo de Angarita al Divino Niño del 20 de Julio, que a su vez basó su imagen en el Niño Jesús de Praga.
El artista, que reflexiona en torno a una ambigua relación entre lo religioso y las prácticas artísticas contemporáneas, presenta un lenguaje en clave de humor que revela cómo lo sagrado (en teoría incuestionable) puede ser revisado y comentado con un pequeño Cristo vestido de Robin, el compañero de Batman. En esta muestra, la obra de Divino Maik (alter ego creado por el artista) dialoga con una pintura del tolimense Arcadio González en la que a simple vista se identifica una clara influencia del estilo de Fernando Botero. Arcadio González se apropió de Botero, así como Botero hizo su versión de la virgen de Chiquinquirá y de la Mona Lisa.
¿El estilo ajeno sirve para armar el propio?
Durante el llamado Renacimiento Europeo en los siglos XIV y XV, los artistas estudiaron a profundidad las obras de la antigüedad griega y romana para proponer estéticas y modificaciones a partir de su fiel conocimiento. “Es la idea de que las cosas no brotan de la nada, sino que hay una tradición que los artistas a lo largo de la historia del arte han respetado y han reconocido”, señala Verónica Uribe, profesora asociada del departamento de Historia del arte de la Universidad de los Andes.
Cuando se formaron las academias de bellas artes y comenzó a profesionalizarse el oficio artístico, desde mediados del siglo XVI se creó un pénsum que abarcó materias como dibujo anatómico y geométrico, y otras destinadas a copiar a los maestros del pasado. “Eso es lo que precisamente luego permite inventar su propia versión de las cosas”, añade Uribe. Si bien Miguel Ángel y sus colegas Leonardo, Sandro, Rafael y Donatello fueron asiduos estudiosos de las técnicas grecorromanas, las esculturas inacabadas de Los Esclavos de Buonarroti fueron las que inspiraron a su vez los cuerpos desnudos del francés Auguste Rodin, considerado el padre de la escultura moderna.
Todo viene de alguna fuente y los artistas siempre han estado revisando el pasado para poder entender cómo se ha construido la noción de arte. La copia es uno de los elementos fundamentales de la educación de un artista.
Incluso hoy en día, al visitar los grandes museos del mundo, se encuentran personas sentadas con su caballete o con su libreta copiando obras en dibujos o pinturas, porque en el copiar hay un proceso mental de análisis en el que se entiende la composición del artista y se conocen aspectos que con solo mirar la obra no se perciben. “Aunque en la actualidad no lo tenemos tan incorporado: en general, las escuelas no les piden a los estudiantes que copien los clásicos, porque después del siglo XX, con la llegada de las vanguardias, la abstracción hizo un cambio”, apunta Uribe. Sin embargo, también señala que “Siempre han existido esas bisagras. El uno va copiando al otro y a partir de ahí se va creando esa tradición de una historia del arte que tiene unos referentes que no son salidos de la nada”.
¿Quién quiere un estilo?
“En primer lugar, yo no creo en el estilo. A mí no me interesa el estilo porque el estilo es algo propio del arte moderno”, dice el artista Álvaro Barrios. “Alguna vez dije que el estilo es la enfermedad del arte moderno. Y voy a patentar esa frase porque me parece una de las enfermedades terminales del arte moderno. De hecho, creo que eso acabó en parte con el arte moderno, porque una de las conquistas del arte contemporáneo es precisamente no tener estilo. Un artista contemporáneo puede estar hoy haciendo algo completamente distinto de lo que esté haciendo a final de año. Yo no soy tan partidario de esos cambios caprichosos, repentinos y tan rápidos, pero sí estoy de acuerdo con que, así como cambian los seres humanos, cambiamos también nuestra forma de expresar las cosas que tenemos dentro. No estamos casados ni comprometidos con un estilo. El estilo para mí no existe”.
El año pasado, Barrios presentó en la Galería El Museo en Bogotá La multiplicación de los cuadros, una exposición en la que el artista, quien lleva más de sesenta años de trabajo ininterrumpido, sorprendió al público con 16 pinturas de 50 por 70 centímetros en las que repitió la icónica Colombia (1975) de Antonio Caro dándole una bofetada a la idea de original y de copia.
“Los que somos originales somos cada artista”, agrega Barrios. “Porque no hay dos, todos somos únicos, como todos los seres humanos. La [obra presentada en El Museo la] tomé de un Caro que tengo en mi colección. La calqué al mismo tamaño y la firmé por detrás. El arte no es ninguna huella dactilar. Es una propuesta, un hecho que presenta un artista que se toma muchas libertades y que puede rechazar el concepto de estilo, que ya se acabó, como se acabaron los dinosaurios”.
Durante el periodo del arte moderno los conceptos de original y copia estaban claramente diferenciados. Las obras tenían que ser hechas con la mano del propio artista. Pero Andy Warhol marcó una ruptura con la copia, que significó la imposibilidad del original. Una obra de Warhol podía ser hecha por cualquiera de sus asistentes, lo que es válido en el arte contemporáneo.
El artista norteamericano desmitificó el concepto del original y de la copia: reprodujo cientos de veces la botella de Coca Cola, idéntica, sin reinterpretación, copiando la etiqueta, como también lo hizo con las sopas Campbell´s, productos que sacó del circuito de los supermercados e introdujo en los grandes museos. “Eso se le aporta al arte pop y a los siguientes movimientos, que fueron desapareciendo. Ya no existen movimientos artísticos. Los grandes artistas contemporáneos como Ai Weiwei, Damien Hirst, Jeff Koons y todas esas grandes figuras contemporáneas no pertenecen a ningún movimiento en particular. Ellos son su propio movimiento”, señala Barrios.
Las propuestas de Warhol fueron definitivas en la transición del arte moderno al contemporáneo. “Claro que él no habría existido sin las teorías de Duchamp. Hay que quitarse el sombrero ante el precursor de todo esto que obviamente fue Marcel Duchamp”, enfatiza. En 1917, con la presentación del orinal, el artista francés cambió la dirección del arte en general y simbolizó un meteorito que partió la historia en un antes y un después:
“Fue un hecho artístico, una actitud. El orinal no es una obra, es una propuesta conceptual acerca del arte, del mismo modo como en el caso religioso la hostia de los católicos representa el cuerpo de Cristo. Pero se requiere de un sacerdote y unos creyentes para hacer el ritual. Se necesita de esos elementos para que funcione. En el campo del arte Duchamp es el ministro y el pan, el urinal. Una propuesta con unos fieles”, agrega Barrios.
El orinal es original porque es válida la propuesta conceptual, no porque Duchamp lo haya manufacturado. Así como hubo una porcelana adquirida en algún almacén de suministros para baños, hay un Antonio Caro que Álvaro Barrios compró y que repitió 16 veces sin ningún sentido de homenaje, ni de rechazo, ni de burla. Es solo un cuestionamiento sobre lo que es original y lo que es copia. “Yo me apropié de eso y dejo la pregunta abierta. Me da lo mismo si quieren discutirla o no. Lo que quiero es reflexionar acerca de que el arte no tiene ataduras, que no es una cárcel. El arte es como el universo, no tiene límites”, concluye Barrios.
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