Futurismo poscolonial: el diseño especulativo de Catalina Lotero
¿Qué puede decirnos el diseño sobre el futuro que no tuvimos, sobre los pueblos que han sido desdibujados de la tierra? ¿Podría la IA ser una herramienta para reimaginar la historia, la suerte de nuestras culturas y ancestros? La diseñadora Catalina Lotero ha intentado responder a estos interrogantes desde hace un tiempo. Aquí un vistazo a sus procesos, preguntas y hallazgos.
Importa qué historias contamos
para contar con ellas otras historias.
Donna Haraway
El 12 de julio de 1562 en Maní, Yucatán se dio por terminado un acto de inquisición. Hacía casi un mes que el misionero español Diego de Landa Calderón había llegado al pueblo para ejecutar la orden de evitar cualquier propagación de prácticas de idolatría a otro que no fuera nuestro señor Jesucristo, y a escombrar cualquier credo para que quedara la llanura católica como única posibilidad de fe.
En lo que luego recibió el nombre de Auto de Fe de Maní, los españoles torturaron indígenas maya para que confesaran los ritos que hacían a sus deidades, arrestaron caciques y condenaron a multas de azotes, años de esclavitud y destierro a las comunidades que primero habitaron ese territorio. También hubo una hoguera. Allí ardieron 27 códices y muchos más objetos como piedras talladas y vasijas. "Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena", escribió Landa en su texto Relación de las cosas de Yucatán. Así sucede una interrupción cultural. Se erradican los cuerpos que albergan los relatos, se impone el olvido y se extermina el material sobre el que las civilizaciones confiaron su historia pensando que así duraría para siempre.
Catalina Lotero llegó en 2018 a Tokyo. Su plan era hacer una maestría en la Universidad de Keiō en Diseño e Innovación y recorrer con más detenimiento esa cultura y ese lugar; un tiempo antes había alojado allí su boda y unas vacaciones, pero creyó que no era suficiente. Los cinco años que vivió allí habitó con su esposo apartamentos diminutos que sin excepción tenían unas habitaciones recubiertas con esteras o tatamis que han sido usados por siglos en residencias japonesas: aparecen cubriendo el suelo sobre el que se celebra una reunión de hombres en una ilustración hecha en 1296 y en otra de 1309 se dibujan como elemento para dormir. El tiempo no ha dejado que este objeto y su uso doméstico se diluya; en cambio los japoneses lo han protegido y hoy sigue siendo común.
Fue en una de esas habitaciones que Catalina empezó a cuestionarse: ¿Cuál es el equivalente del tatami room en Latinoamérica? ¿Cuáles son los objetos y espacios que han estado en nuestra región por siglos y aún tienen significado y uso? No pudo pensar en ninguno. Ningún objeto, ninguna estructura arquitectónica.
Esta diseñadora nació en Idaho, Estados Unidos, pero creció entre Barranquilla y Caracas y pasó largas temporadas en Bogotá, de donde son sus padres. Es latina. El peso histórico y estético de estas esteras y las habitaciones que las contienen y de otros objetos como kimonos o getas que Catalina veía con frecuencia y portados con orgullo en Japón fueron un espejo. Al principio no fue tan claro el motivo por el que no tenía registrados objetos o espacios que se correspondieran en su propia cultura, pero ahora le resulta evidente.
Hogueras como la del Auto de Fe de Maní fueron una constante en casi cualquier proceso de colonización, sobre todo uno donde la extracción de recursos iba de la mano de la imposición radical del catolicismo. Lo que no se llevaron los españoles, lo dejaron casi en ruinas. La historia que puede interpretarse hoy de esos escombros es, entonces, apenas un pedazo. Como escribió Fernando Baez, autor del libro Historia universal de la destrucción de libros, “La destrucción de América Latina, sin embargo, afectó también a los sectores culturales: la memoria histórica fue objeto de manipulación, fuego, robo y censura. El proceso fue lento y sistemático, feroz e implacable: hoy sabemos que el sesenta por ciento de toda la memoria escrita de la región desapareció. Un cincuenta por ciento por destrucción premeditada y un diez por ciento por desidia. Más de quinientas lenguas se extinguieron para siempre”. Entre la extinción y el intercambio, nuestra idea de la belleza y de lo que son o debían ser los espacios y los objetos adquirió un filtro europeo.
Entonces llegó a Catalina una pregunta: ¿Cómo luciría Latinoamérica si las civilizaciones precolombinas hubiesen evolucionado sin la interrupción colonial? La respuesta a esta pregunta fue una idea que llamó futurismo postcolonial y que desarrolló como un proyecto de diseño especulativo que intenta buscar los mensajes y las historias ocultas de nuestras comunidades precolombinas y traerlas al presente y hacia el futuro a través de mobiliario, joyas, prendas de vestir, edificios.
El diseño especulativo es una práctica donde el diseñador proyecta el futuro que le gustaría ver o que cree necesario, uno posible, y cada gesto de diseño lo hace para llegar allí. “Entonces dices, por ejemplo, mi idea es que toda la parte de arriba de los edificios tengan huertas, ese es el futuro que yo quiero ver, entonces cada producto que generas, cada conversación que tienes desde el diseño termina siendo para tú construir ese futuro”, cuenta Catalina.
El futuro que quiere ver ella es uno donde el remanente de la narración estética, oral y social de las comunidades que emergieron aquí, a falta del relato completo, sea un abecedario de símbolos que se integre en la cotidianidad, como los tatami rooms o los kimonos en Japón. El proceso para lograr la existencia de un futurismo postcolonial empieza con lecturas, investigación visual y conversaciones. Leyendo comprendió que las civilizaciones precolombinas hacían muchos rituales alrededor de la hoja de coca, que aún sigue siendo importante para algunas comunidades.
“Identifiqué las características comunes que tienen los espacios dedicados a la hoja de coca y vi, por ejemplo, que eran redondos, tenían un fuego central, asientos en el suelo, frascos metálicos en los que se podía escupir. Tomé estos elementos y los he traído al presente. Por lo general, estaban decorados con altares dedicados a los dioses. Dioses del maíz, dioses de la Luna, el Sol o Chía y Sué, como los llaman en el dialecto chibcha”. Los trajo al presente pensando espacios contemporáneos y diseñándolos como maquetas para un futuro donde pesará más la mirada de quienes estuvieron primero. Lo mismo hizo con las sillas que podían apreciarse en los códices, y las reinterpretó conservando su apariencia pesada, sus ángulos pronunciados y las paletas de colores.
“A mí me cuesta mucho imaginarme algo y no hacerlo. Me da ansiedad no crear”, dice Catalina. Tal vez por eso cuando en el 2022 su esposo le regaló acceso temprano a Dall-E, después de un mes de haber tenido a sus dos hijas, pasó allí casi todo el tiempo que permanecía despierta, que al ser mamá de dos bebés era mucho.
Dall-E es un sistema de inteligencia artificial creado por Open AI, la empresa autora de Chat GPT, que es capaz de arrojar una imagen a partir de una instrucción dada en lenguaje natural. Si uno le dice a Dall-E: “hazme una imagen de una silla como la harían los mexicas o aztecas”, técnicamente, según lo que promete, debería arrojar una imagen creada a partir de los referentes que recibió en su entrenamiento. Esto fue lo que hizo Catalina, con más complejidad y sensación de futuro. “Yo duré cinco días pegada a ese aparato porque no podía creerlo. Entonces comencé a pensar cosas como: ¿qué pasa si los indígenas de alguna comunidad hubieran hecho una colaboración con Virgil Abloh?, ¿cómo se hubiera visto esa ropa?. Eran unos píxeles asquerosos pero era la cosa más impresionante que yo había visto”. Una herramienta para sus preguntas que coincidía con su ritmo mental y su impulso creativo.
Hoy sigue explorando con esas herramientas de inteligencia artificial todos los días dentro de su oficio de diseñadora y de su trabajo como directora creativa en el Boston Consulting Group en la parte de BrightHouse en Atlanta, una dependencia de consultores en propósito empresarial y organizativo. Piensa, luego de usarla por varios años, que la inteligencia artificial es también un instrumento para procesos decoloniales, como puede serlo hacerse preguntas sobre cómo sería el mundo latinoamericano si los europeos no hubiesen llegado nunca. En parte porque permite jugar con líneas de tiempo, obviar la interrupción cultural y hacer combinaciones impensables, pero también porque es una forma ágil y barata de ejecutar una idea, “porque en América Latina tenemos unas ideas increíbles pero estamos limitados por el presupuesto”, dice Catalina.
Aunque habría que cuestionar el hecho de que esta es una herramienta fabricada por superpotencias y empresas que tienen más presupuesto que un país pequeño, alimentada por un ánimo más cercano a la colonización que a su opuesto, su uso como herramienta de diseño y de pensamiento en la reafirmación y exaltación de la raíz indígena latinoamericana no es del todo contradictoria. Como cuenta la investigadora de IA Forensics Raziye Buse Çetin “¿Qué queda de la IA una vez que se torna descolonial? ¿Encierra esto necesariamente la descolonialidad en posiciones aparentemente opuestas de rechazo tecnológico y/o captura inevitable? Yo veo la ansiada idea de pureza y los binarios colonial vs descolonial que mi mente reproduce en estas preguntas. Trato de resistir y recordar que “no hay propietario ni un plan maestro privilegiado para la descolonialidad” [Gloria Anzaldúa ] y apreciar la hibridación y complejidad de las cosas”.
Esta hibridación y complejidad ha hecho que Catalina pueda imaginar mejor. En las culturas mesoamericanas como los olmecas, zapotecas, mayas, teotihuacanos, mixtecas, aztecas y toltecas, el jaguar era asociado con la noche y el poder y lo veían como un intermediario entre el mundo de los vivos y los muertos; Carlos Castaño-Uribe, autor de Chiribiquete, la maloka cósmica de los hombres jaguar dijo alguna vez que los desano, una comunidad indígena nativa de las selvas de la cuenca alta del río Vaupés, encomendaron al jaguar la labor de “mantener, en la Tierra, el orden, el equilibrio y la dualidad propia de su naturaleza: luz/oscuridad, día/noche (…) el bien y el mal, vida/muerte”.
Gracias a este credo diverso se ven representaciones de este animal en orfebrería, cerámica y otros elementos de la cultura material de la región. Con la claridad de la importancia del jaguar en las sociedades precoloniales, Catalina imaginó una pieza de joyería que parece ser en oro con incrustaciones de esmeraldas y que a la vez es un audífono con el que se pueden recibir llamadas y descifrar visiones y sueños. Otro objeto proyectado de futurismo postcolonial.
La pretensión de Catalina con este proyecto de diseño especulativo, además de hacer un comentario político y de reflexionar sobre las posibilidades de transformación conceptual y social a partir del diseño, es una inquietud personal. “Tengo una crisis de identidad grandísima y entre más crezco más entiendo que es porque he recibido mensajes muy contrariados. Veo mis raíces europeas pero quiero entender lo otro, lo de nuestra tierra y las civilizaciones que habían antes”. Dice que lo que diseñamos, nos diseña de vuelta, por eso es necesario un futuro “donde podamos vernos y sentirnos empoderados. No solo esperar a que otras culturas nos digan qué nos depara el futuro, sino encontrar elementos propios y proyectarlos hacia una realidad que sea familiar para nosotros”, agrega.
Todo su proyecto recae en la certeza de que el diseño es una potencia de cambio. “Hemos encontrado insights para manipularnos a nosotros mismos a través del diseño. Sabemos cómo generar miedos sin que haya de verdad algo a lo que tenerle miedo, podemos generar tristeza, nostalgia, y usamos ese poder muchas veces para comprar unas vainas súper estúpidas”. Pero, ¿qué pasa si lo usamos para comprender quiénes fuimos y quiénes seríamos hoy si la interrupción cultural no hubiese sucedido?, ¿qué pasa si la usamos para tener otra idea del futuro?, ¿para especular sobre lo que se perdió en las hogueras inquisidoras que encendieron los intolerantes y los saqueadores?, ¿para sentirnos distintos respecto a nuestra ascendencia?
La idea de futurismo postcolonial reconoce que la mayoría de nuestras culturas precolombinas no tuvieron la posibilidad de evolucionar y refinarse porque se extinguieron o porque mucho de lo que eran se perdió, pero eso no significa que lo que pervivió no sea útil para moldear objetos y espacios y con estos la realidad y con esta la idea del futuro. Un futuro nuestro.
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