¿Qué vemos cuando vemos contenido erótico explícito? ¿Qué papel juegan esos fantasmas, qué efectos tienen esas imágenes en nosotros más tarde? La autora de este especial investiga respuestas a estos y otros interrogantes de la mano de testimonios y voces de expertos para entender mejor uno de los contenidos más apetecidos, consumidos, criticados y engañosamente ocultos de nuestra realidad.
Mi educación sexual se basó en el miedo. Un colegio evangélico, una profesora religiosa, un entorno cargado de prohibiciones. Recuerdo claramente a la profesora de ojos grandes que, con su voz temblorosa, hablaba de sexo como algo pecaminoso y repugnante, reservado solo para el matrimonio. Era una educación en la que solo se daban orientaciones sobre la menstruación, las enfermedades de transmisión sexual, el aparato reproductor masculino y femenino como algo abstracto. Ni hablar de la pornografía, reservada únicamente para los hombres, quienes sí tenían permitido iniciar su vida sexual desde temprano, sin ser juzgados, mientras que a las mujeres incluso el deseo nos era vedado. Una educación obsoleta que persiste con pocos cambios.
La formación sexual llegó tarde para mí: la aprendí en caliente. También llegué tardísimo a la pornografía, cuando ya había iniciado mi vida sexual, empujada por una enorme curiosidad y por tanta cohibición con mi cuerpo. Si no tenía las tetas grandes, ¿no era deseable?, me preguntaba. Desde la adolescencia, o antes, empezaba la hipersexualización de las mujeres a la sombra del silencio de los padres y la proliferación de mujeres sensuales en los medios, la publicidad y la calle. Era una chica de pueblo, marcada por esos estereotipos. Muchas quinceañeras preferían mandarse a poner siliconas en vez de celebrar una fiesta rosa. Era —es todavía— un mandato que el deseo sexual de las mujeres se limite a ser deseables para los hombres. Aunque en una familia no se hable de educación sexual (orden no escrita ni dicha: prohibido para las niñas hablar de sexo), ya se está tomando una posición, conscientemente o no, según la psicóloga y sexóloga Pilar Aguirre Lobo-Guerrero. “Si en una familia dicen: «Aquí nunca se habló de sexo», ya es una posición”.
La representación de la sexualidad ha sido un tema recurrente en sus distintas expresiones artísticas. La historia del porno nos remite a pinturas y esculturas que exponían lo erótico; le siguieron la fotografía y las revistas para adultos: primeros planos de mujeres ansiosas, con gestos erotizados y desnudas. Con la invención del cine, surgió el llamado “cine rojo”. En la década de los ochenta, aparecieron los primeros negocios de alquileres de cassettes VHS. Había que acudir a lugares clandestinos, de puertas misteriosas, sin nombres a la vista. Algunas salas de proyección en Bogotá incluían cabinas individuales para la masturbación. La expansión del Internet acabó con la subrepción y democratizó el porno: todo el mundo podía acceder a él desde un computador. En sus comienzos eran sitios muy inseguros plagados de todo tipo de virus informáticos. Ahora, millones de usuarios acceden cada día a miles de páginas porno con contenidos de todo tipo, pagos y gratuitos. El mayor índice de consumo alcanzó su pico en 2020, en pleno confinamiento por la pandemia. Si uno teclea la palabra “porno” en Google, la búsqueda arroja más de 5 mil millones de resultados.
Varios sexólogos coinciden en que la pornografía crea presión y falsas expectativas por el hecho de que no podemos reproducir en la experiencia erótica real las escenas que vemos en las pantallas.
Colombia aparece en los primeros 20 lugares a nivel mundial de los países que más consumen Pornhub, uno de los sitios más rentables y poderosos. La lista la encabeza Estados Unidos, le sigue Filipinas y Francia. En Colombia, puesto 17, las mujeres consumen más contenido que los hombres. Pornhub es no solo una de las páginas más populares de pornografía, sino que aparece como una de las 20 páginas web más visitadas del mundo, sin importar categorías. Cada día, según datos de la misma plataforma, acceden más de 100 millones de usuarios. En el confinamiento por la pandemia, Google llegó a registrar más búsquedas de Pornhub que del coronavirus. La categoría más vista en 2022 y 2023 en Colombia fue la de “lesbiana”.
El porno, entre ficción y misoginia
Históricamente la industria ha sido dominada por hombres. Incluso el porno lésbico se ha enfocado más en el placer de ellos. Hoy hay muchos tipos de porno pero, en general, se ha caracterizado por el coitocentrismo, en la satisfacción del hombre penetrando a la mujer. “El porno es patriarcal porque la cultura es patriarcal”, dice la escritora María del Mar Ramón, autora del libro Tirar y vivir sin culpa, en el que reivindica el placer como una de las grandes conquistas feministas.
La pornografía mainstream, que es masiva, ha creado grandes mitos alrededor del sexo e impuesto altísimos estándares que no se ajustan a la realidad, como establecer las relaciones sexuales prolongadas y los penes grandes como máximos condicionantes del placer. María del Mar cree que culpar a la pornografía de los malos hábitos sexuales es una salida muy facilista para un problema que le corresponde a la educación. “Creo que las mujeres hemos visto porno toda la vida porque ha sido una forma de instrucción en lugares donde la educación sexual ha sido tan precaria. Pero a la pornografía no le corresponde educar. Yo creo que es una industria de entretenimiento, así como es la cinematográfica con sus distintas aristas”.
En su libro Tirar y vivir sin culpa, María del Mar reivindica el deseo de las mujeres, frente a la obsoleta y estereotipada sexualidad con fines reproductivos. Desde su punto de vista, el porno y las relaciones con los otros son instancias muy distintas. Hace hincapié en que el sexting está mucho más vinculado a una actividad sexual que a una masturbatoria, porque hay una interacción con otra persona, un feedback. “Hay una construcción y una fantasía conjunta, a pesar de no ser un acto corporal. La masturbación, en cambio, es una cosa supremamente íntima, personal y arbitraria”, dice. Ve pornografía, independientemente de si tiene pareja o no. “Tengo épocas y he visto que eso ha ido variando. Me genera mucha curiosidad las cosas que me calientan estando sola, lo miro con interés”.
El escritor Kirvin Larios cuenta que comenzó a consumir porno por considerarlo “sensacional y mediático”, como una especie de droga prohibida, “una mezcla de mojigatería, rechazo y satisfacción culposa”. “El porno distrae e impacta, también aburre, así que uno lo ve para hastiarse de haberlo visto”, confiesa. Larios llama la atención en cómo el porno está lejos de hacernos saber nada acerca del otro, o del deseo mismo, y lo compara con la publicidad que crea necesidades para comprar un producto. “Quizá revela más sobre las ansiedades sexuales de los hombres y la mercantilización de los cuerpos de las mujeres que de cualquier otro asunto”. Y ahí toca un punto sensible: ver porno a veces le ha generado ansiedad y preocupación con relación a su propio desempeño sexual. “Cuando se reduce el sexo a lo que el porno muestra o hace, se alimenta la inseguridad y la desconfianza, además nos vuelve acomplejados sexualmente. Eso, pienso, puede ser grave”, cuenta. “Por eso es un alivio que los cuerpos no sean como los muestra el porno, y que tener sexo desmienta constantemente esa naturaleza prefabricada del sexo que quiere la pornografía”.
En otras formas de ver porno está Lucía (nombre ficticio), que aunque no es una consumidora diaria, cada tanto visita nuevas páginas para ver qué tan desactualizada está. Le interesa explorar las nuevas tendencias. Las parejas idealizan que les digan que en la cama se comportan como un actor o actriz porno, lo que magnifica las expectativas de ambos. “A mí me gusta ver para aprender qué hay de nuevo. Es un alimento para uno”, cuenta. Lucía considera que los juguetes sexuales deberían ser parte de la canasta familiar.
La Organización Mundial de la Salud ha incluido el comportamiento sexual compulsivo como enfermedad mental. Aunque el término “adicción” ha sido rebatido por algunos expertos, el consumo compulsivo de jóvenes y adultos puede ser tan problemático como los videojuegos o el alcohol, que incluso anteponen el consumo antes que su vida laboral o incluso las actividades sociales. Es decir, la ansiedad inexorable de ver porno a toda hora condiciona la vida diaria del individuo. Algunos terapeutas mencionan efectos negativos como la incapacidad de relacionarse sanamente con los otros, conducta sexual compulsiva, poco disfrute en las relaciones sexuales, aislamiento social y pérdida de interés en otras actividades, entre otros. La adicción al porno tiene tratamiento terapéutico, de acuerdo con varios especialistas consultados.
Entre los distintos feminismos hay una gran división en torno a la pornografía. Las abolicionistas consideran que la industria pornográfica perpetúa la opresión y explotación de las mujeres y contribuye a su cosificación.
El estudio Juventud y Pornografía en la era digital, de España, concluyó en 2023 que uno de cada cuatro jóvenes de entre 16 y 29 años consume porno con violencia. Para Tati Español, autora argentina de Todo sobre tu vulva y divulgadora de sexualidad, la mayoría de contenido que se encuentra en Internet es un compendio de malas prácticas. “El mayor problema de la pornografía industrial y la mainstream es que se utiliza a la mujer, muchas escenas son violentas y agresivas, algunas no, pero muestra una única forma de ver las cosas, una muy mecánica, donde no vemos la riqueza de la sexualidad, el juego, la búsqueda de placer, sino que vemos prácticas genitales donde prácticamente las manos no intervienen, solo los genitales y el sexo oral”, explica. También, llama la atención sobre los títulos violentos que aparecen en las páginas más consultas de pornografía. “La palabra taladrar aparece todo el tiempo hacia la mujer. La misoginia y la violencia está alrededor del porno. Se nos vende la violación y el dolor como sexy”, dice Tati Español.
Varios sexólogos coinciden en que la pornografía crea presión y falsas expectativas por el hecho de que no podemos reproducir en la experiencia erótica real las escenas que vemos en las pantallas. Para la sexóloga Pilar Aguirre, la pornografía distorsiona las vivencias sexuales. “En una escena, el hombre tiene una erección de media hora, pero en la vida real la eyaculación será mucho más rápida, entonces una mujer tendrá la expectativa de que una relación sexual va a durar mucho tiempo. En una escena pornográfica no hay intercambio emocional ni construcción de historia, ni cotidianidad, entonces no es real”.
Como terapeuta de pareja, Pilar atiende muchos conflictos de mujeres cuyos maridos prefieren ver pornografía que estar con ellas. Pilar explica que, al exponerse a tanta pornografía, el cerebro produce un exceso de estimulación y, cuando el hombre va a estar con su pareja, ha perdido la motivación por los referentes que ha construido al ver porno. “Si una persona consume mucho porno, hay un efecto de habituación, es decir, cada vez va a necesitar más estímulos para producir lo mismo; sucede con las drogas, cada vez va a aumentar la dosis porque lo mismo de siempre ya no es estimulante”. A Pilar le preocupa también la exposición al porno duro o violento porque en sus consultas muchos hombres creen que eso es lo que quieren las mujeres y lo replican. “Ubican mucho a la mujer como objeto. Muchas chicas se quejan de que no hay una posición de respeto hacia ellas, pero ellas mismas están permanentemente volviéndose objeto sexual”, dice.
Una opinión similar tiene el psicólogo y sexólogo español Darío Bejarano, que cree que el porno facilita el refuerzo de estereotipos de género, las actitudes agresivas y el sexo sin protección. “Un mayor porcentaje del contenido es violento, el consentimiento brilla por su ausencia; ahora está de moda pillar a la gente dormida”, enfatiza Bejarano. En su consultorio ha tenido casos de hombres que no pueden eyacular si no es mediante la masturbación con el porno.
Le escritora María del Mar, en cambio, no cree que se le deba achacar a la pornografía la modificación de las expectativas respecto del otro, lo que compara con Instagram o el cine: la gente no tiene todo el tiempo un filtro en la cara ni la vida se ve como una película romántica, plantea. “Creo que es necesario que las personas entiendan que están consumiendo una ficción, un insumo que a veces contribuye y enriquece las fantasías sexuales, y a veces no. Fantasear ya es en sí mismo una actividad erótica, no necesariamente hacerlo”.
La escritora considera que no existe una forma de tener sexo que sea feminista, más allá del consentimiento. “Es peligroso hablar de una manera feminista de representar la sexualidad, eso termina siendo moralista. Feminista ¿según quién? ¿Cuál es el parámetro? Creo que el porno feminista significa que todas las personas tengan sus derechos laborales garantizados y que les estén pagando bien por la explotación de su imagen”, dice. Esto implica, por supuesto, que no haya menores de edad involucrados y que sean prácticas legales y consentidas.
Entre los distintos feminismos hay una gran división en torno a la pornografía. Las abolicionistas consideran que la industria pornográfica perpetúa la opresión y explotación de las mujeres y contribuye a su cosificación. Sobre esto, Kirvin Larios cree que es peligroso tomar la pornografía como un tipo de teoría, práctica sexual o referente único. “Detrás del porno suele haber trata de personas, maltrato y abuso sexual. Hay camarógrafos y productores pidiendo enfocar excesivamente el rostro de las mujeres y enfocando sólo un ‘rostro’ masculino: el de la verga penetrando. En el porno, las mujeres son cuerpos íntegramente sexualizados y los hombres son sólo una verga erecta o que eyacula”, opina Larios.
Porno desde la niñez
En Colombia, los adolescentes inician su vida sexual de forma prematura: los hombres comienzan a los 13,5 años de edad y las mujeres a los 14,8, sin protección ni planeación, de acuerdo con una investigación de la Universidad de los Andes. Diversos estudios estiman que en Colombia los niños comienzan a ver pornografía desde los 9 años, incluso desde antes de saber qué es. Algunos acceden a través de anuncios publicitarios mientras navegan internet, buscan juegos o hacen ‘escroll’ en las redes sociales. Las páginas porno no tienen ningún tipo de filtro para entrar, basta con seleccionar la casilla de que se es mayor de edad para ver su contenido. Es decir, cualquiera puede acceder.
“Tenemos que ampliar la educación sexual desde los afectos y el placer, no desde el punto de vista negativo, sino desde el positivo, de por qué queremos sexo, por qué el consentimiento es importante”, dice Darío Bejarano
La divulgadora sexual Tati Español hace hincapié en que muchos adolescentes cuando ven un cuerpo de verdad no les gusta. “Algo que a mí me pasa mucho en consulta es que las mujeres creen que sus propios genitales están mal, son feos o están fallados, porque no se parecen tanto a los que ven en el porno, como los libros de biología o educación sexual de la escuela: siempre son genitales rosa, sin labios, chiquitos, que no tienen nada que ver con la realidad”, explica. A Tati Español le preocupa cómo se han puesto de moda las labioplastias y las cirugías plásticas para la genitalidad femenina y su rejuvenecimiento. En Argentina estas cirugías estéticas están dentro de las más solicitadas y muchas veces son ofrecidas directamente por ginecólogos. “Es una forma más de seguirse lucrando de nuestras inseguridades”.
Aunque la sexóloga Pilar Aguirre no sataniza la pornografía, sí ve problemático su consumo en niños y adolescentes. Si bien hay mucha información en las redes, cree que falta mucha formación. Cuando da talleres de educación sexual con muchachos, les pone un ejemplo. “Yo les digo: supón que eres un marciano y no tienes idea de cómo son los seres humanos, y tu único conocimiento es una película de Superman. Te imaginas que los hombres vuelan, tienen una capa roja y, con su visión de Rayos X, pueden atravesar paredes. Entonces, el día que llegues aquí a la tierra y te des cuenta de que los hombres en realidad no vuelan y no tienen esa fuerza descomunal, quedarás un poco desilusionado”.
Aguirre cree que la pornografía satisface y es entretenimiento, pero es solo fantasía. En sus talleres, dice, los niños les hacen muchas preguntas, pero no los expone a imágenes pornográficas. “Probablemente les va a generar muchas inquietudes y sus cerebros aún no están maduros para integrar eso”. Explica también que exponer a los niños a la pornografía se considera un tipo de abuso sexual porque distorsiona gravemente su desarrollo sano, por eso enfatiza en la importancia de que la educación sexual comience desde muy niños, pues los abusos empiezan desde los tres años o antes.
La exposición a edades tan tempranas a la pornografía puede ser muy grave. En 2021, la cantautora estadounidense Billie Eilish dijo que “destruyó su cerebro” y sufrió pesadillas tras exponerse a la pornografía desde los 11 años. “Dañó mi vida sexual”, dijo. El contenido visto por ella lo señaló de “violento” y “abusivo”.
El psicólogo y sexólogo español, Darío Bejarano, considera que la educación sexual debería darse desde nuestro nacimiento, “porque somos seres sexuales como mamíferos desde que nacemos”, dice. Aclara que hay que adaptar la educación y dar contenidos distintos dependiendo de la edad, por eso le inquieta el consumo de porno de los niños. “Si lo comienzan a ver a los 8 o 10 años, es imposible parar. No podemos decirle simplemente que no lo vean; lo que sí puede cambiar es que desde las escuelas y desde los padres se les dé una educación donde se les diga: «Esto es porno, esto es fantasía». En esa edad se puede dar una serie de indicaciones desde la educación positiva, más que de la demonización”.
Desde el punto de vista de Bejarano, es importante que la educación no se enfoque en “lo malo”, es decir, solo en que se pueden contraer muchas enfermedades, embarazos no deseados, y el riesgo que conlleva tener relaciones sexuales. “Es muy peligroso y tienes que tener cuidado porque entonces estás educando desde el miedo, y al sexo no hay que tenerle miedo. Por supuesto hay que mostrar el problema de no usar preservativos por todas las ITS, pero tenemos que ampliar un poco más la educación sexual desde los afectos, el placer, no desde el punto de vista negativo, sino desde el positivo, de por qué queremos sexo, por qué el consentimiento es importante, hacerlo cuando decidamos hacerlo y no por presión social”, explica y recomienda ver porno como fantasía “para recrearnos y darnos placer”, pero siempre cuestionarse qué estamos consumiendo.
Una industria poco ética
En 2020, Pornhub fue acusado de beneficiarse de la explotación de mujeres y niñas al colgar videos sin su consentimiento. Según una publicación del periodista Nicholas Kristof, de The New York Times, se registraron casos de chicas menores de 14 años que denunciaron haber sido víctimas de violación y que dichas violaciones estaban disponibles en la plataforma. La publicación obligó a Pornhub a eliminar más de diez millones de videos. “La página está infestada de videos de violaciones. Monetiza violaciones de niños, pornovenganza, videos grabados sin consentimiento en duchas de mujeres, contenido racista y misógino y escenas de mujeres siendo asfixiadas con bolsas de plástico”, aseguraba el periodista en el artículo.
Si ahora se llega a buscar “menores de 18 años” en Pornhub aparece un signo de advertencia: “Es posible que estés buscando material abusivo e ilegal en el que se victimiza a niñas, niños y adolescentes”. No obstante, la categoría “teen”, es decir, adolescentes, es una de las que más videos contiene: 263 mil. Los videos con títulos “colegialas” mueven millones de vistas. Muchos títulos remiten a pedofilia e incesto: hijastra, padrastro, adolescente, suegra, hermana o hermano.
Otra cosa en la que hace énfasis Tati Español y que define como “macabro” es la publicidad que aparece en las páginas porno. “Vos abrís Pornhub, o cualquier página del porno industrial, que son las primeras que aparecen en las búsquedas de Google, y hay mucha publicidad engañosa alrededor de estos videos, incluso puede ser más violenta, agresiva y degradante para la mujer. Se ven cosas como «maduras calientes, cógete a la fea gratis». Ver gordas o mujeres trans se ve como fetiche, no como una persona normal que tiene un cuerpo diferente al que se nos vende”, explica. En las páginas también hay publicidad engañosa de agrandamientos de penes. Tati cree que el porno podría ser una herramienta educativa si se viesen más mujeres gozando, variedad en el contenido y otras formas, como el respeto, el consenso y el consentimiento.
La Asociación del Comercio Electrónico para Adultos (Asocea) informó que, tras el inicio de la pandemia, el negocio creció casi el 400 por ciento en Colombia.
Un estudio sobre la frecuencia de los orgasmos, realizado entre varias universidades norteamericanas, determinó, en 2018, que solo el 65% de las mujeres heterosexuales logra llegar al clímax, a diferencia de los hombres heterosexuales, con un porcentaje de orgasmos del 95%, le siguen los gays (89%), los hombres bisexuales (88%), las lesbianas (86%) y las mujeres bisexuales (66%). Para Tati Español esto tiene que ver con que la heterosexualidad tiene un argumento predefinido que se puede ver repetitivamente en el porno. “Las personas que somos lesbianas o bisexuales, como no tenemos un guion armado, como no nos reducimos a un pene y una vagina, tenemos mucho espacio a probar, a relacionarnos sexualmente con el cuerpo, no solo con los genitales, por eso tenemos un porcentaje mucho más alto de satisfacción sexual”. De la misma manera destaca que el orgasmo no es la meta ni la única forma de que un encuentro sexual sea placentero.
Amaranta Hank y su experiencia en el porno
Antes de comenzar en la industria, la escritora y exactriz Amaranta Hank no era consumidora habitual de pornografía. “No encontraba contenido que me gustara, porque el mainstream y el que se mueve más, no me gusta, no me produce nada, pero me seguía gustando todo lo que envolvía la pornografía”, dice. Le gustaba el morbo, lo oculto y castigado por la sociedad, aunque se educó en una familia religiosa que le hablaba de llegar virgen al matrimonio. Una situación precaria como freelance en periodismo la llevó a la pornografía.
Amaranta desmiente algunos mitos de la pornografía como la asociación del pene grande con el placer. “Es una mentira. Aún hoy pensamos que es necesario para satisfacer a una mujer y eso termina afectando la masculinidad de los hombres. Los penes grandes terminaron siendo necesarios para que el porno fuera más explícito, porque un pene pequeño en unas nalgas grandes de una actriz no se alcanzaba a ver”, dice. Después de eso, se empezó a asociar con dolor, lo que es problemático. “El disfrute está relacionado íntimamente con la cara de dolor y sufrimiento de la actriz”. Algunas de ellas suelen padecer por la filmación de largas escenas en las que, para poderlas soportar, muchas consumen drogas para no sentir tanto dolor, pero terminan inflamadas. A ella le sucedió hace unos años: pasó dos semanas teniendo relaciones sexuales todos los días, primero en el Salón Erótico de Barcelona y luego en Praga, una de las capitales del porno.
Dos años grabando porno le enseñaron casi todo sobre la pornografía y la dejó agotada. Algunas productoras europeas le plantearon cosas que no le gustaban y ella reclamaba cuando, por ejemplo, querían someterla a grabar una escena que no habían acordado. “En un correo pautaba que era con un chico, y llegaba a la escena y había dos”. Negarse a ciertas exigencias le granjeó apelativos de “conflictiva”, pero siguió en la industria hasta cuando se enteró del contagio de VIH de un compañero con el que iba a grabar. Le dio miedo y prefirió no seguir. Mensualmente se hacía exámenes médicos, pero dice que no son garantía de nada, porque el porno se graba sin preservativos y las mujeres están siempre expuestas.
Amaranta siguió haciendo contenido erótico desde su casa. Comenzaron a popularizarse entonces las páginas de modelaje webcam, donde se siente más cómoda. Ahora está en Only Fans, una plataforma donde las modelos comercializan su propio contenido erótico. Cada vez se produce más pornografía de distintas formas, pero las grandes productoras audiovisuales han bajado su recaudación, aunque paradójicamente es el momento en el que la gente gasta más dinero en pornografía. El dinero llega a más creadores de contenido que a las productoras. “Los actores no quieren ir a una productora a que les paguen un poquitico y que se queden ellos facturando regalías de por vida”, dice Amaranta. Fue popular el caso de la exactriz porno Mia Khalifa, que firmó un contrato abusivo con una productora de películas a la que le dio derechos del uso de su imagen de por vida, una batalla por la que luchó en vano por años. Mia Khalifa filmó 37 películas y se había convertido en la actriz más buscada.
Con la proliferación de plataformas, los actores y actrices hacen colaboraciones que les pertenecen a ellos. También trabajan a solas, creando contenidos con los que se sienten a gusto, sin imposiciones, aunque en el negocio de estas páginas hay proxenetas que abusan de muchas de las chicas. En 2022, el gremio de modelaje webcam reportó ganancias de 600 millones de dólares. Sin embargo, Amaranta Hank, creadora del sindicato de trabajadoras sexuales, dice que la cifra es de 1.500 millones de dólares. En Colombia hay alrededor de 300.000 modelos registradas. La Asociación del Comercio Electrónico para Adultos (Asocea) informó que, tras el inicio de la pandemia, el negocio creció casi el 400 por ciento pues antes había 100.000 modelos. Después de Rumania, Colombia es el segundo país con más webcamers del mundo.
Hay muchas formas de interpretar la pornografía, explica Amaranta, y no debería tomarse simplemente como sexo genital, sino más como un proceso de excitación de algo con alguien. En el mundo de porno, hay todo tipo de fetiches y muchos clientes no solo buscan sexo explícito. Algunos pagan por ver pies, mujeres comiendo, durmiendo o en su cotidianidad, cuenta Amaranta. “También hay gente que es consumidora de pornografía, no por excitación, sino simplemente por gusto, lo ven como si fuera cine de culto. Es un mundo interesante, amplio y diverso”.
Hay decenas de páginas de porno ético, la mayoría con suscripción, pero no tienen el mismo alcance que las del porno mainstream.
Aunque Amaranta considera que el porno es ficción, lo disfrutaba. “En mi intimidad, el sexo que tengo es completamente diferente de lo que fui en las escenas porno”, dice. Ahora, como modelo, no siempre se muestra sexualmente, algunos usuarios solo buscan hablar con ella. En las conversaciones con muchos de los usuarios que compran su contenido erótico, algunos se explayan en la insatisfacción con su pareja porque ven pornografía y sienten bastante presión en rendir. “Creo que la forma que más está afectando las relaciones interpersonales es que mucha gente prefiere quedarse en casa, masturbarse o consumir porno que salir a la calle a intentar conocer personas. Me atrevería a decir que el 80% de consumidores del modelaje webcam son adictos. Se conectan todos los días a la misma hora, adquieren un hábito y lo hacen parte de su vida de una forma tremendamente obsesiva”.
Otras formas
Erika Lust, directora de cine, guionista y productora, ha sido impulsora del porno ético y feminista a través de producciones donde la belleza y la estética se imponen como arte, hay guiones realistas y representaciones igualitarias de géneros. Su trabajo puede verse por suscripción en “Lust cinema” y “X confessions”. Lust también creó la página web “The Porn Conversation”, una herramienta gratuita para que padres, educadores y jóvenes hablen sobre sexo de una manera asertiva.
Hay decenas de páginas de porno ético, la mayoría con suscripción, pero no tienen el mismo alcance que las del porno mainstream. Lo cierto es que hoy las mujeres están produciendo porno para mujeres donde hay componentes de conquista, seducción y comunicación con el otro. “En la mayoría de los temas porno hay una satisfacción muy mágica. A las mujeres nos gusta más el tema creativo, menos ejecución”, dice la sexóloga Pilar Aguirre Lobo-Guerrero.
Para Aguirre, hay unas diferencias de género importantes que también se llevan al porno. La mayoría de hombres son más visuales y las mujeres, en general, más auditivas. “En una escena porno convencional, una mujer pide una pizza y el domiciliario llega y tienen sexo salvaje en la sala de la casa, pero ahí no hay una historia real, puede haber una fantasía temporal de alguien, pero no es lo que le va a ocurrir a la mayoría de la gente. Es como si fueras por la calle y te encontraras un billete de lotería y te ganaras el baloto”, concluye.
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